lunes, 21 de enero de 2008

FAST MOVIES

FAST MOVIES

Cuando era un crío, apenas contaría seis años, Doris y Bridget, las hijas mayores de nuestros vecinos en Inglaterra, nos llevaban a mi hermana y a mí, a las sesiones matinales de cine que hacían los sábados. Las sesiones constaban de varios cortos de animación que antecedían al capítulo de turno de algún serial de ciencia ficción, aventuras, fantasía, guerra, etc. Todo el amor que siento por el séptimo arte, germinó en esos sábados mágicos en donde observábamos un ritual que aun hoy en día respeto al máximo. Uno iba al cine y se preparaba para ello, el objetivo era prolongar por anticipado lo que íbamos a ver, gozarlo al máximo durante su entrega y saborearlo con deleite durante el resto del día.

Conservo además, un grato recuerdo de los bailes que se pegaban las amables hermanas Doris y Bridget durante los descansos al ritmo del grupo que estaba de moda: Los Beatles.

Hay una imagen que conservo grabada en mi memoria: Una joven pelirroja, de piel nívea y ojos verdes, sentada bajo un gran árbol mientras conversa con un diminuto duende. No soy capaz de enlazar esa imagen con una película en concreto y eso que durante bastante tiempo rebusqué en las películas del estilo de Brigadoon que la habrían podido albergar. Afortunadamente no la hallé. Hoy ya no quiero averiguar cuál era, tengo fundadas sospechas de que empañaría esa memoria intensa.
De esos años guardo en mi álbum mental tres películas: Ben Hur, El Libro de la Selva y la Batalla de Inglaterra. Las tres causaron especial impacto en mí: Los leprosos de Ben Hur, la “supuesta” muerte de Baloo y las lentes ensangrentadas del aviador alcanzado en pleno rostro por el fuego enemigo. Hubo más, aunque no demasiadas, ya que ir al cine en esa época no era tan fácil como lo es hoy en día, pero recuerdo esas tres con especial intensidad.
Cuento como casi todo aficionado al cine, con una lista de “mis” películas. Algunas son obras maestras reconocidas, otras lo son para mí: Desayuno con Diamantes, Matar un Ruiseñor, El Hombre Tranquilo, La Princesa Prometida, Alien, Blade Runner, Memorias de Africa, El Paciente Inglés, Pulp Fiction, Eduardo Manostijeras, La Novia Cadáver, El Señor de los Anillos, El Zorro (el de Tyrone Power, lo siento Antonio), Los Vikingos, Robin y Marian, y un largo etcétera con el que prefiero no aburrir. El problema es que cada vez me cuesta más sumar a esta lista. Si antes me quedaba embobado con las entregas de los “Oscar”, con mi propia quiniela en la mano y mil dudas en cuanto a mis pronósticos, ahora me aburren soberanamente y casi sobra quiniela. Para lo que hay, no vale la pena enfrascarse en pronósticos. No quiero caer en el tópico de que tiempos pasados fueron mejores, pero mucho me temo que la llegada de la tecnología al cine – léase sobre todo, efectos especiales por ordenador- haya parido un sinfín de películas puestas al servicio de tales efectos. Antes también se hacían películas malas, algunas malísimas e incluso peores. Sin embargo, ahora casi todo lo que se filma busca la espectacularidad visual por encima de la historia. De hecho, la historia suele brillar por su ausencia.
Tenía y aun tengo la costumbre, cada vez más desmotivada, de repasar cada fin de año las películas que durante el año me han gustado con la idea de solicitárselas a SM Los Reyes Magos para mi disfrute particular. Lamentablemente, cada vez les pido menos o me voy directamente a los clásicos. ¿Qué he pedido este año? La de 300 y la edición especial de Balde Runner. Antes, previendo lo que iba a ocurrir, le había escrito a Papá Noel (a fin de cuentas, nacido en Inglaterra fui antes cliente suyo que de SSMM), solicitándole El Hombre que mató a Liberty Balance, El Hombre que pudo Reinar y Arsénico por Compasión.
Añoro los cines de reestreno de dos y hasta tres películas de las que salías pirata, pistolero, galán o vampiro. Tan hondo calaban esas historias que no podías menos que soñar con ellas por la noche. Ahora la mayor parte son impactos contundentes y acelerados, algo así como la Fast Food, que estimulan los sentidos para luego dejarte vacío o lo que es peor con dolor de estómago e imaginación. Hasta el ir al cine se ha convertido en una actividad frenética: Corre al aparcamiento, a por las entradas, a por las palomitas, a la película, devuelta a por el coche y a casa.

¿Qué tal la peli?
¡Uf! ¡Agotadora!

Sólo conservo una esperanza y es que las Fast Movies sean una moda que perecerá en cuanto los efectos especiales pierdan su capacidad de impacto si carecen de una buena condimentación, léase guión, interpretación, puesta en escena, etc. Entonces quizás volvamos a los buenos argumentos, a los personajes a los que sólo falta salir de la pantalla, al buen cine en suma y recuperemos esas digestiones anímicas que nos hacían abrazar la almohada con ansias de sumergirnos en las imágenes que acabábamos de disfrutar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vivimos en un mundo fast...hasta la forma de "digerir" cultura cambia, el solo hecho de leer tu obra en un blog, es muy significativo...eso si aquí, a mi parecer la calidad no se ve mermada, se conserva la paz de la lectura aunque cambie el formato ;)