lunes, 28 de enero de 2008

Los Relatos Seleccionados.


Aquí están los diez relatos seleccionados por el jurado de entre todos los presentados al certamen de Letras para Soñar. Confiamos que disfrutéis con ellos tanto como lo hemos hecho nosotros.



A LAS PUERTAS DE LA VICTORIA



AUTOR: MANUEL JESUS ALFONSO LAIÑO DE MADRID



Avanzaba todo lo deprisa que sus piernas le permitían, casi sin ver las paredes y las puertas del corredor por el que transitaba. Después de casi dos días de asedio al Castillo de Fhuren, todos sus sentidos estaban concentrados en una única cosa, en el objetivo final.
Se detuvo en una intersección, sin saber hacia dónde dirigirse. Miró a derecha e izquierda, pero no había nada que pudiera indicarle la dirección correcta. Aprovechó para tomar aliento y secarse el sudor de la frente con el antebrazo; casi se dejó marcada la cara con la protección, donde lucía el símbolo de Kastes, dios de la Guerra.
Elevó una plegaria silenciosa en busca de ayuda. La respuesta de su dios llegó en forma de percepción mágica. Se concentró de nuevo en su objetivo y pudo localizar sin problemas la dirección que debía tomar. Giró a la derecha.
No tardó en llegar a una gran sala circular que se encontraba en penumbra. Durante su recorrido por el castillo no se había encontrado con oposición alguna, y en aquel lugar reinaba un silencio casi sobrenatural.
Galhen abarcó con su mirada toda la estancia, buscando alguna trampa que pudieran haber puesto para visitantes no deseados. Su ojo experto no detectó ninguna, así que se dirigió sin más demora hasta la doble puerta situada en el extremo opuesto de la sala. Al llegar hasta ella pudo comprobar cómo los dibujos de sus dos hojas formaban las fauces abiertas de una enorme pantera negra.
Pero no se detuvo a admirar las filigranas de la puerta. Detrás de aquella imagen podía percibir una gran energía mágica. El artefacto por el cual había abandonado la batalla y se había internado en el castillo descansaba en un altar situado en el centro de una pequeña habitación octogonal, justo al otro lado. Sólo tenía que empujar la puerta y el Prisma de Agathon sería suyo. El Mal sería por fin expulsado. La guerra habría terminado.
Percibió la cerradura mágica en el instante en que acercó las manos a los pomos. Volvió a concentrarse para entrar en comunión con su dios. Desconocía si el hechizo que guardaba el tesoro era obra de un mago o de un clérigo, o el grado de poder que le había sido conferido. El dios de la Guerra le daría la fuerza necesaria para deshacerlo.

– ¡Basta ya! – la voz sonó atronadora en el inmenso salón y rebotó contra las paredes llenas de armas de todas las épocas y culturas de Camlem –. Esto termina aquí, Kastes.
El Señor de la Guerra levantó la cabeza de la enorme pila en cuyas aguas contemplaba el discurrir de la batalla. No le gustaba que le interrumpieran cuando estaba inmerso en esos avatares, y mucho menos que fuera en su propia casa.
– Mi querido Agathon – dijo sujetando su cólera –. La batalla va por buen camino. En menos de una hora estaré contigo – Y volvió a concentrarse en la pila.
– No me refiero a la batalla – respondió con calma el dios de la Sabiduría –. El Prisma tiene que quedarse donde está.
Kastes, esta vez, puso toda su atención en el recién llegado.
– Pero, ¿qué estás diciendo? – tronó – Estamos a punto de expulsar para siempre al enemigo y tú me pides que deje escapar la victoria cuando casi la estoy tocando. Has perdido el juicio.
– No, Kastes – replicó Agathon con mucha serenidad –. Eres tú el que se obceca con ganar una guerra y se olvida de su verdadera misión. Somos dioses de la Neutralidad, los encargados de mantener el equilibrio en el mundo. Si tu paladín entrega el Prisma a ese clérigo de Apolhorus le estaremos dando una ventaja definitiva al Bien – hizo una pausa para que la idea cuajara en la mente de su anfitrión –. Una ventaja tan definitiva que tendríamos que ponernos del lado de la oscuridad y empezar otra guerra casi de inmediato.
– No veo dónde está el problema – sonrió Kastes.
– No, claro que no. Otra guerra serviría a tus fines perfectamente – replicó el dios de la Sabiduría –. Pero la decisión ya está tomada. Fisish está de acuerdo conmigo. Tú obtendrás hoy una gran victoria en el campo de batalla y el equilibrio será restablecido. No hay que ir más allá.
El dios de la Guerra miró a su visitante sin ocultar su ira, pero con el conocimiento de que no podía hacer nada en contra de él y del dios de la Naturaleza.
– De acuerdo – dijo con desgana –. Será como dices. Pero algún día tendrás que explicarme como llegó ese prisma tuyo a las manos de un clérigo oscuro.
Dando por terminada la conversación, Kastes volvió a asomarse a la pira, sin confirmar siquiera la marcha de Agathon. Observó con pesar la imagen en la que hasta la interrupción del dios de la Sabiduría había estado concentrado. Su paladín seguía orando, pidiéndole que le otorgara su favor. Con furia contenida, cambió mentalmente de escena y se centró en los que aún podía ayudar en la batalla que se celebraba fuera del castillo.

Galhen intentó aislarse todo lo que pudo de su entorno. Estaba exhausto, y achacó a ese cansancio la falta de respuesta de su dios. Intentó de nuevo contactar con él, hacerle llegar su petición, pero lo único que consiguió fue silencio, el silencio de la sala en la que se encontraba. Kastes no iba a ayudarle en esa ocasión.
Sabedor de que los favores de su dios se concedían únicamente para obtener la victoria en una guerra, el paladín entendió perfectamente que la obtención del Prisma de Agathon no era necesaria para ganar ese día.
Y así se lo haría saber a Igalum. Si el clérigo quería el Prisma, tendría que ir él mismo a cogerlo.
Estiró un poco los músculos agarrotados y abandonó la enorme y oscura sala. Si Kastes no quería que recuperara el artefacto, seguro que le haría ilusión verle de nuevo en el campo de batalla. Con la espada en la mano, se dirigió al exterior.



CORAZÓN DE GALLETA



AUTOR: MIGUEL MARTIN CRUZ DE MADRID



La odiosa bruja había muerto. Su cuerpo colgado de la rama más alta del robledal así lo atestiguaba, al igual que su horrible rictus de boca retorcida y abierta, como si hubiera maldecido justo antes de morir. La princesa pensó un instante en su madre, ahorcada públicamente años atrás por adulterio, y atravesó felizmente el bosque hasta llegar al palacio. Se alegró de que su padre no estuviera en el castillo, y arrastró los pies hasta la cocina. Sobre la encimera había un pastel de aspecto delicioso, una trufa de piel de chocolate que crujió entre los finos dientes de la pequeña. Apartó las dos cerezas redondas como ojos que coronaban el pastel, haciéndolas rodar sobre la mesa. Sirope de fresa más espesa que la sangre corrió por su garganta, y engulló con placer el sublime corazón de galleta. La princesa limpió su boca con la mano y se preguntó quien habría hecho aquella delicia y donde se habría metido su padre. Dos cerezas redondas como ojos parecían mirarla desde la mesa.



OSCURO



AUTOR: GUSTAVO ADOLFO RIBES DE VALENCIA



-¿Qué ha sido eso papi?-, preguntó entre temblores.
-Nada hijo, probablemente el viento. Trata de dormirte.-, le contestó mientras se esforzaba en arroparlo entre hojarasca y harapos. Pero sabía que eso era imposible.
-Papá, está muy oscuro y tengo miedo-, continuó el pequeño acompañando sus débiles palabras con algo que no se distinguía si eran sollozos o sus dientes traqueteando entre frío y pavor.
-Lo sé, hijo mío. Pero no puedo encender el fuego. Sabes que dejaríamos de estar seguros. No tengas miedo, voy a montar guardia. Trata de acostumbrarte a la oscuridad.-
Aquello no le reconfortaba ni lo más mínimo. Una sensación de frío, sin helar, le recorría todo el cuerpo, casi entumeciéndolo. Apenas podía sentir nada sino fuera por los movimientos agitados e inconscientes que se desataban en temblores. En posición fetal, completamente acurrucado y con las manos entre las rodillas sentía como las fuerzas le iban abandonando poco a poco, como si de la arena de un exánime reloj se tratara. Mientras las pisadas de su padre se alejaban, notó como la arena dejaba de gotear y, sin sentir mejoría alguna, por lo menos no parecía desfallecer. Intentó localizar en la oscuridad la dirección por la que se había alejado su padre, pero era como tratar de separar el agua del mar con las manos. O mejor dicho, el barro oscuro, negro, denso y agotador del océano implacable que le rodeaba. El miedo no le dejaba dormir y aunque no podía verse ni las manos, no se atrevía a cerrar los ojos. ¿O sí los tenía cerrados? Tampoco podía sentir los párpados.
No sabía bien si era el frío o su estado de confusión, pero un extraño entumecimiento le impedía sentir los movimientos de sus dedos mientras abría y cerraba las manos. No quería alejarse mucho del pequeño, sobretodo porque no podía ver absolutamente nada. Trataba de dominar el miedo para darle algo de seguridad al chico, pero lo cierto es que no sabía hacia donde estaba caminando. Apenas podía sentir los pies de modo que más bien iba a trompicones. Se preguntaba cómo era capaz de caminar sin apenas sentir sus músculos cuando decidió dar la vuelta y volver a por el niño. Dado que no se podía ver nada, lo mejor era no dejarlo sólo.
Aunque no pudiera ver dónde estaba, sentía un extraño vínculo, una sensación que le permitía darse cuenta cuándo su padre regresaba y por dónde. Sabía que esas pisadas eran las suyas y, aunque comenzaba a desfallecer por momentos y sentía que se debilitaba hasta el más absoluto vacío, sentía algo de alivio y notaba que el miedo retrocedía aunque solo fuera un pasito muy pequeño.
Y lo que más le extrañaba era esa sensación de debilidad mezclada con náusea que recorría su ser cuando se acercaba al chico. Apenas ya se podía mantener erguido cuando llegaba hasta él y con las pocas fuerzas que le quedaban, comprobaba que estaba arropado, le decía algunas palabras para tranquilizarlo y, con todo el dolor pero sin apenas esencia vital, daba la vuelta y se alejaba poco a poco.
Las fuerzas volvían muy lentamente y la náusea se desvanecía muy perezosa pero el miedo al sentir que su padre se alejaba, iba recuperando terreno.
Y la agonía era mayor cuando, sin saber por qué no sentía sus músculos, decidía volver hacía el chico, sin esperanza alguna de encontrar ningún camino, ninguna luz, únicamente debilidad, agonía.

-No se bien qué ha ocurrido, y me temo que no lo sabremos nunca.-, comentó con más tono de decepción que de pena.
-Evolucionaba favorablemente. El nuevo medicamento permitía tenerlo razonablemente bajo control y debilitado. Y al estar más flojo parecía más receptivo a la terapia.-, sus palabras se mezclaban en el aire junto con el humo del cigarrillo que acababa de encender.
-Mire, yo no estaré licenciada en psicología como usted, pero creo que debería de haber retirado las fotos de familia, sobretodo las que está con su hijo.-, le replicó ella. -A fin de cuentas un trastorno autodestructivo de personalidad múltiple en un parricida que mató a toda su familia, no es algo que se pueda tener bajo completo control.-
-Sí, creo que tienes razón.-, contestó él, -me dio la impresión de que esta nueva crisis se desencadenó al ver la foto en la que estoy con mi hijo de acampada.-, continuó mientras despedía a los enfermeros de la ambulancia y cerraba la puerta de la consulta.
-Me había costado mucho trabajo separar, detallar y definir claramente dos identidades de su personalidad múltiple, y estoy casi seguro de que existían más dentro de su cabeza. Estaba convencido de que habíamos progresado mucho.-
-Entonces doctor -, preguntó ella con una mezcla de curiosidad y miedo, -¿cree usted que no ha encontrado aún todas sus personalidades?-
-Bueno, lo cierto es…-, y paró un segundo para dar otra calada.
-Lo cierto es que un trastorno tan profundo como éste nunca se llega a definir del todo. Quiero decir, que es muy difícil que tengamos claro cuántas personalidades tenía el sujeto. Pero lo que sí parece, es que ninguna de las dos personalidades que he encontrado en el desbarajuste de su cabeza haya sido la causante de esos atroces crímenes. De modo que casi con toda seguridad, existe una identidad más.
Y mientras un escalofrío recorría la espalda de ella, los policías comentaban entre ellos cómo el paciente abría y cerraba las manos, como si las tuviera entumecidas. Lo cual les resultaba de lo más misterioso pues parecía completamente inconsciente. Tras el cuchicheo de los escoltas de la policía alejándose por el pasillo, el doctor le pidió a ella:
-Enciende la calefacción, hazme el favor.



EL AGUJERO MÁGICO



AUTOR: MYKHAILO MALIARENKO DE MADRID



El polvo cubría todos los trastos que desordenadamente yacían en el sótano. Las paredes, llenas de moho y hollín, daban un ambiente de yeso y papel viejo. Se encontraba aquello en una penumbra, ligeramente iluminada por la débil luz que llegaba desde la puerta abierta de la entrada. Joaquín y Bertoldo bajaban al sótano en busca de una bebida alcohólica. Se dirigían a un inmenso estante de vino y ron, que alojaba por lo menos, unas cien botellas y, por el peso de las cuales estaría el estante tan torcido. Tapaba la única ventana que salía del sótano. Las botellas, eran oscuras y, como todo, cubiertas de polvo y telaraña. Cierto ambiente fosco reinaba allí, pero era demasiado grotesco y exagerado para que apareciesen fantasmas y, aterrasen a los dos visitantes.
Quedaban por andar unos escasos pasos hasta el estante, cuando de pronto Joaquín, tropezó con un objeto metálico y, bruscamente cayó. Bertoldo preguntó si él se había herido, y al negar Joaquín, inmediatamente los dos se empeñaron en quitar el trasto que se hallaba en medio del sótano, y que estorbaba el paso. Resultó ser, un objeto de lo más pesado que existía en el sótano. Y no les permitía el que fácilmente lo desplazasen desde allí, por lo que tuvieron que esforzarse al máximo, y lo que les provocó un sudor que corría a torrentes. Al final lo consiguieron, y lo llevaron hasta una próxima esquina. Pero se extrañaron, al ver en el lugar donde antes se encontraba el trasto, un oscuro agujero en el suelo, del tamaño de una lata de conserva.
-¿Oye, y eso?- preguntó Joaquín. Bertoldo movió los hombros con gesto de no tener ni la menor idea. –Será de un ratón...- dijo Joaquín, y metió la mano en el agujero. Pero repentinamente, como absorbido por el agujero, Joaquín, totalmente desapareció...
Bertoldo, no estuvo muy fascinado. Su poca perplejidad duró unos segundos. Al creer en las brujas y en objetos mágicos como alfombras voladoras, no le extrañaba el que fuese absorbido por un agujero una persona. Pero rápidamente avisó a todo el pueblo, para que fuesen a su sótano a ver algo, según sus palabras, realmente extraordinario. Todo el pueblo acudió sin demoras. Y en el olvidado sótano de Bertoldo, por una sola vez se quebrantaba la tranquilidad, eternamente reinante allí.
-Señores, están ante una cosa realmente mágica. Hoy por la mañana lo he encontrado, y me he apresurado en mostrárselo a ustedes.- anunció Bertoldo antes de haber enseñado el mágico agujero.
-¿Qué es?- preguntó la multitud.
-Como no sea algo que lo merezca... En vano vine.- advirtieron algunos viejos.
Bertoldo lentamente y con cautela, procedió a quitar el pañuelo, que colocó él antes para ocultar el misterioso agujero. Algunos, curiosos e incapaces de esperar más, olvidando toda su educación y su alta posición social, hasta empujaban –excusándose abruptamente- para que les dejasen pasar ; querían con ansias ver la cosa tan sobrenatural que escondía aquel pañuelo. Pero una gran decepción, es lo que tuvieron todos al ver un sencillo agujero. Esperaban ver a un horrendo monstruo, o algo aún más inverosímil, pero observaron un simple agujero, que cada uno en su casa tendría al menos una decena.
“Y yo dejé enfriarse la sopa para ver esto” “¡Vaya, vaya!” “Aquí tenemos al señor Me sorprendo con un agujero” “Y ahora no me diga que esta entrada a la casa de un ratón, es mágica” se escuchó entre la multitud. Estalló un bullicio de risas, ofensas y “educadas” burlas. Fue entonces, cuando Bertoldo intentó explicar:
-Si hay tal persona que cree que es un simple agujero, que se acerque aquí y meta un dedo.
Se escucharon risas y comentarios irónicos a la explicación de Bertoldo, pero se encontró un valiente que decidió comprobar lo verídico que era la magia del agujero. Se llamaba José Fernández, hombre ateo y que le gustaba que intentasen demostrarle lo contrario a sus creencias. Pero nadie lo lograría, según él.
José se agachó, y poquito a poco, empezó a meter la mano en el agujero. De nuevo la gente permanecía en silencio. Aunque ya perdiendo la confianza en Bertoldo, todos, aún tenían cierta esperanza de que ahora ocurriría algo milagroso. Y ocurrió. José Fernández se desvaneció de aquel mundo, es decir, desapareció sin rastro ante una algarabía de testigos. Pareció haber sido absorbido por aquel agujero.
Todos quedaron inmóviles e inermes. Algunas damas estuvieron tan aturdidas y aterrorizadas, que gritaron algo sobre Satanás, en cambio otros, la mayoría, sólo quedaron un poco impresionados, aunque generalmente muchos disimularon. Fue entonces cuando a alguien le vino por la cabeza una idea. El viejo banquero de aquel pueblo, con un cortés ademán propuso:
-¿Y si atamos a alguien y, mete la mano en el agujero y, le pasa eso y luego le sacamos de allí, de ese sitio adonde todos van a parar si meten un dedo en el agujero? Nos contarán lo que hay allí.
-Pues si, habrá que probar- afirmó Bertoldo.
Mismamente como lo contó el banquero, ataron un final de la cuerda a una persona: un valiente del pueblo. Esta vez, era Francisco, un viejo que siempre quería experimentar nuevas sensaciones. Y el otro final de la cuerda lo ataron a una columna del sótano. Francisco sin perder mucho tiempo, metió el dedo en el agujero. Y rápidamente fue “comido” por el agujero. Transcurrieron unos quince segundos, y la gente procedió a tirar del otro final de la cuerda, para sacar de allí a Francisco. Cinco hombres de una fuerza descomunal, tiraron. Y salió del agujero como escupido, Francisco. Todos le preguntaron que tal, y él contestó:
-Ha sido lo mejor en mi vida. He estado en un mundo paralelo, con montañas tan altas, que llegaban a la luna. Animales enormes y benévolos; cerdos que nadan en el mar, y peces que vuelan. Que pena que mi estancia allí, fue de un breve rato- declaró eufórico Francisco.
Cada persona que metía un dedo en aquel agujero, reaparecía en un precioso mundo paralelo. Fue esa la conclusión -extraída de la narración de Francisco- de lo que consistía la magia del agujero.
Podrían estos hechos terminar aquí. Pero añado, que muchos ansiaban meter el dedo en el agujero. Y por esta agregación que hice, ya que ocurren muchos más sucesos por esta causa, estoy obligado a relatar más hechos. Como dije, muchos querían ver ese mundo mágico “al otro lado del agujero”. Y ya se disponían meter el dedo en el agujero e iniciar de nuevo el ritual del viaje por otros mundos, mediante -como todos recordaréis- una cuerda; cuando Bertoldo les detuvo y jactanciosamente advirtió:
-Este sótano es mío, y hago aquí lo que me dé la gana. Así que el que quiera meter el dedo en el agujero tendrá que pagarme cierta suma de dinero.
De nuevo se escucharon protestas y réplicas, pero ya aparecieron unas cinco personas dispuestas a pagar. El siguiente en ir al mágico mundo del agujero fue un joven robusto y esbelto, que llevaba unas pequeñas gafas de una montura rojiza. Lo hicieron todo por el mismo procedimiento que antes: ataron a la persona un final de la cuerda, y a una columna el otro final. Pero esta vez, el joven al volver dijo:
-He estado en la época de los dinosaurios. Esto es una máquina del tiempo.
Todos se vieron en una incertidumbre; ¿Qué era realmente lo que pasaba allí? ¿Mundos mágicos o diversas épocas? La incertidumbre, hizo en todos aumentar el querer introducir el dedo en el agujero. La curiosidad y el querer aclarar los hechos, eran un motivo más para meter el dedo. Pero la causa principal, era la felicidad que experimentaban todos los que regresaban. Aunque las mismas sensaciones de euforia y placer podrían recibirse mediante el opio u otra droga, todos deseaban meter el dedo y, fue lo que muchos hicieron. El introducir el dedo en un agujero además resultó ser algo no perjudicial para la salud.
Pero en aquellos sucesos hay un detalle con el cual pretendo demostraros el egoísmo de la gente, las páginas negras de esta historia fue el que nadie se preocupó de que 2 personas desaparecieron completamente de este mundo. Al escuchar la fantástica y bella historia de Francisco, todos querían meter el dedo, pero nadie pensó en rescatar de allí a esas dos personas; se olvidaron de ellas, o simplemente evitaron el pensar en ellos; les traía esa gente sin cuidado, por no decir que a todos, menos ellos mismos, les importaban un bledo.
Pero mientras los pobres, atentamente escuchaban las historias que, con más minuciosidad describían ahora los que ya estuvieron allí, los “económicamente prolíficos” esperaban en la extensa cola que ya se formó, evidentemente, para introducir el dedo en el agujero.
El tercero en realizar el mágico viaje, fue una mujer. Pero el que regresó a este mundo, no fue ella: la cuerda que se ató alrededor de la cintura de esta mujer, ahora rodeaba el obeso cuerpo de Joaquín. En vez de la mujer, regresó Joaquín.
“¡Ha vuelto Joaquín!” exclamaron todos.
-¿Has estado en ese bello mundo? No sabes lo que ocurrió mientras ausentabas,... Muchos visitamos aquello tan placentario...- dijo poéticamente Francisco. Pero Joaquín no mostró tanto optimismo. Él severamente declaró:
-No veo nada bueno en eso. Yo estuve en el infierno, puede que vosotros estuvisteis en otro sitio, pero yo todo este tiempo me hallaba en el infierno.
-¿De veras?- preguntó sorprendido Francisco –Yo estuve en un bello mundo.
-Pues yo, no- repuso serenamente Joaquín. –Pero lo más importante: me han pedido comunicároslo. He hablado con el diablo.
-¿Veis? Ya dije que era algo demoníaco- interrumpió una dama.
-Y el diablo me dijo algo muy importante, que os tengo que comunicar.
-¿El qué?-intrigados preguntaron todos.
-Ha dicho: No metáis el dedo en donde no debéis.
Todos, perplejos y asombrados, exclamaron: -¡¿Qué?!-
-Lo que habéis oído. No metáis el dedo en donde no debáis.
Y así fue esta historia. Y la moraleja, que difícilmente es de toparse con ella en este relato, fue extraída de todo lo dicho y acaecido, y fue la siguiente:
No metas el dedo en donde no debes
No te intrometas en los asuntos que no son tuyos. Ésa fue la moraleja. Y creo que al lector le saciará. Pero un detalle de estos sucesos falta; ¿Qué ocurrió después? Pues sigue yaciendo en un sótano, de algún pueblo de Castilla, un diabólico agujero, puerta a otros mundos. Y nadie tiene la osadía para bajar allí, ya que muchas horribles y falsas leyendas se tejieron sobre este sótano. Y por cierto, para siempre se olvidó de la gente que se quedó eternamente en algún misterioso mundo al otro lado de la puerta de Satanás.




LA HACEDORA DE RUIDOS


LEMA: LO QUE MÁS INQUIETA ES EL RUIDO DE LOS SILENCIOS.



AUTORA: CARMEN FRONTERA QUIROGA DE MADRID


Da gusto oírle, se decía Teresita Ximenez, sacude los tacones con énfasis cuando está nervioso. Comienza a refunfuñar cuando siente el sonido del tenedor caer en la pila, eleva el tono con el choque de los platos enjabonados, después bailo las sillas y la mesa, para escuchar con más fuerza su voz. Me calzo los zapatos de tacón de aguja y entonces la que baila soy yo. En esos momentos, ya está demasiado nervioso, y es entonces cuando sacude sus tacones con énfasis y da gusto oírle.

Cuando Terexita Ximenez sale a su trabajo, tan arregladita, tan menudita, tan morenita, Raúl Fernández sale a su ventana y grita: “Ya se va, por fin, la Hacedora de Ruidos”.

Raúl ve como se aleja el monstruo que interrumpe su sueño, más temible que una pesadilla. Después se deja caer en el sofá y se va quedando dormido mientras recuerda como un zumbido aquel espantoso ruido a lata y choque de piezas de loza que parecían cobrar vida propia para terminar con el taconeo de aquella bruja que parecía esperar bailando el canto del gallo. Cuando llegaba la noche quería morir. Al dar las doce campanadas el reloj, se iba levantando aquel piar agónico de enseres caseros y repicar nervioso de tacones que no cedía hasta el amanecer.

Y al verla salir de casa tan arregladita, tan menudita, tan morenita, a Raúl Fernández se le disipaban todos los insultos como por arte de magia, le parecía que todo había sido fruto de su imaginación, todo lo más una pesadilla de sus sueños, y sólo acertaba a decirle: “Ya se va, por fin, la Hacedora de Ruidos”.

Todo había comenzado unos años antes, cuando Teresita Ximénez, así se presentó ella, llegó para vivir en el piso que había vacío encima de Raúl. Teresita era una muchacha morena, y tímida que saludaba en un hilo de voz cuando coincidía con él en el portal al tiempo que dejaba deslizar la barbilla hacia su hombro antes de depositar su mirada en el suelo. Después levantaba la vista con una sonrisa.

Al principio de conocerla a Raúl Fernández le gustaba coincidir con la bonita muchacha en el portal, con el tiempo, algo en su mirada y el repicar de sus tacones al alejarse, le comenzó a causar un cierto pavor y procuraba evitarla, al tiempo que una nube de utensilios domésticos comenzaba a mostrar síntomas de tormenta sobre su techo.

Da gusto oírle, se decía Teresita Ximenez, sacude los tacones con énfasis cuando está nervioso. No se como la gente soporta el silencio. El silencio es vacío, soledad. Bastante silencio tendremos cuando estemos muertos. Sin embargo, el ruido es vida, gente que ríe la alegría y llora el dolor, que escucha la radio y ve la televisión, que se excita y se sosiega. Si entro en casa y no escucho ningún ruido, ni el correr de un grifo, ni una cisterna averiada, ni el sonido de un brindis, ni la pelea de unos amantes, me doy por muerta. Pienso que ya he pasado a otra vida y me vuelvo loca intentando recordar en que momento fue, de qué manera. No consigo recordar. Entonces hago ruidos porque estoy viva.

Raúl vuelve a escuchar al monstruo más temible que una pesadilla que interrumpe su sueño. Llaves que se estrellan contra el suelo, persianas que se desprenden con brusquedad de sus cuerdas, voces del televisor que salen de las paredes, unos zapatos de tacón que quieren imitar a los de Ginger Rogers en ‘Shall We Dance’ siguiendo los pasos de Fred Astaire. “Ya está otra vez la Hacedora de Ruidos, y de vez en cuando se arrodilla, y toca en el suelo con los nudillos, o con lo que sea, - se dice Raúl - como para asegurarse de que está escuchando y feliz de escucharla. Blasfemo mil insultos, no la calumnio, le digo verdades como puños aunque sean irreverentes, ya no aguanto más sus provocaciones, sus desafíos. Me tiene fuera de mis casillas”.

“Da gusto oírle, se decía Teresita Ximenez, sacude los tacones con énfasis cuando está nervioso. Por fin toca alguien el timbre de mi puerta. No es nadie entrañable, es mi vecino de abajo”, se dice Teresita Ximenez. Abre la puerta y ve que tiene una cara espantosa. Teresita pone ojos de pánico y cierra con un portazo. “Antes de que me propine un golpe en la cabeza, piensa. ¡Qué lástima! Con la cantidad de gente divertida que hay por el mundo que pone música, que baila, que exprime naranjas con el automático, que chilla por el teléfono a su abuelita sorda, que pone el televisor en el salón para oírlo en la cocina, que usa el martillo para poner clavos, que enchufa la taladradora, gente normal, y a mi me tiene que tocar este mohíno que se cree que un pisito en la ciudad es como una parcelita en el Camposanto de una aldea sin pajaritos.

Raúl va a perder al monstruo que interrumpe su sueño más temible que una pesadilla. Está en el portal y la ve asomarse a la ventana. tan arregladita, tan menudita, tan morenita, a Raúl Fernández se le disipaban todos los insultos como por arte de magia, le parece que todo ha sido fruto de su imaginación, todo lo más una pesadilla de sus sueños, y sólo acierta a decir: “Ya me voy. Tu has ganado, maldita Hacedora de Ruidos”.

“Con el gusto que daba oírle, se decía Teresita Ximenez, sacudir los tacones con énfasis cuando se ponía nervioso. En un camión de mudanzas están cargando todo su inmobiliario. Precisamente el día que se había levantado normal y hacía sus ruiditos como todo el mundo. Con lo divertido que era el jueguecito ese de “yo te hago ruiditos a ti hasta que sacudas tus tacones con énfasis”. Te seguiré. Abandonaré a esta chica tan arregladita, tan menudita, tan morenita y volveré a habitar el piso encima del tuyo, aunque me tenga que albergar en un bohemio desaliñado. Cualquier cosa menos estar en silencio como el resto de los muertos.



LA PARTIDA



AUTORA: FRANCISCA ISABEL LOPEZ DE ALMERIA


Aquella noche el local estaba realmente lleno, con todas las mesas ocupadas.
Los jugadores se miraron de frente, a los ojos, fríamente concentrados en cualquier gesto de su contrincante por mínimo que éste fuera, mientras permanecían sentados a una mesa redonda y cubierta con un deslustrado tapete verde. Sobre ella, una pequeña fortuna en billetes y dos jarras de cerveza a medio terminar.
El más joven de los jugadores, un hombre delgado y rubio, acercó despacio la mano derecha a las cartas, que sostenía con la izquierda, hasta rozarlas con los dedos. El otro, un hombre más mayor, moreno y de rostro marcado por una cicatriz, siguió el movimiento como hipnotizado.
–¡Eres un cerdo!
Ambos jugadores desviaron su atención hacia un par de mesas más allá, donde una mujer parecía realmente muy enfadada con su acompañante, un joven vestido con un caro y sobrio traje gris y de mirada confusa, que en aquel momento decía algo en voz baja que no pudieron oír.
Pronto, ambos jugadores volvieron a centrarse en las cartas. El rubio terminó de elegir dos, de las cinco que tenía en la mano, y las depositó boca abajo sobre la mesa.
–Dos –dijo concisamente.
El tercer hombre que estaba sentado a la mesa, el crupier, extrajo dos cartas con aire aburrido del mazo y retiró las dos que el rubio había descartado. Éste las levantó despacio y las incorporó a las demás.
–¿Cómo puedes decirme algo como eso? –gritó de nuevo la mujer.
–Bueno, Amanda, ¡ya basta! –elevó a su vez el tono su acompañante que, perdida la paciencia, levantó la mano para dar un golpe sobre la mesa en la que se sentaban, como para dar más énfasis a su tono.
Dos pompas de jabón, habitantes de la frágil, suave y transparente tierra del Este, todo cabeza y manitas traslúcidas, pasaban en aquel momento por allí con tan mala fortuna que a una de ellas le cayó la mano del hombre encima y la explotó contra la mesa con un nefasto “plof”.
La otra pompa, un poco más pequeñita, abrió mucho sus grandes ojos cristalinos y exclamó con voz estridente y horrorizada:
–¡Has matado a Sou!
El jugador moreno soltó una carcajada ante la expresión un poco idiota que se reflejó un instante en el rostro del joven homicida y se centró de nuevo en la partida.
–Una –dijo depositando la carta de la que deseaba deshacerse sobre la mesa.
–¡Acabas de aplastar a mi novio! –gritó muy alto la pompa, con lágrimas en los ojos e intentando con sus manos blanditas rescatar algo de la otra pompa que había desparecido sobre la fría superficie de la mesa.
–¡Joder! – exclamó el joven bien vestido – La culpa es vuestra, ¿porqué no te largas a lloriquear a otra parte, eh?
La pompita lo contempló como petrificada durante unos segundos y luego salió sollozando del local flotando en el aire dando tumbos, sorteando a los clientes.
–¡Eres un insensible y un asesino! –gritó a su vez la mujer que acompañaba al joven a la vez que se levantaba de la mesa con brusquedad.
Era alta y esbelta. El largo pelo rubio oscuro le caía suelto por la espalda descubierta. Lucía un ceñido vestido negro con brillos en plata, escotado, corto. Atrajo las miradas de todos los hombres que se encontraban lo bastante cerca como para fijarse en aquel cuerpo lleno de curvas seductoras y rincones donde perderse.
A destiempo, el crupier extrajo una carta del mazo sin prestar mucha atención a lo que tenía entre manos, con la mirada atrapada por el escultural cuerpo de la mujer de negro.
El jugador moreno rescató la carta y la añadió a las demás aún con una sonrisa en la cara. Y de nuevo ambos jugadores se evaluaron con la mirada.
–¿Qué tal señores? ¿Una buena mano?
Ambos jugadores observaron a la mujer, que se había acercado y detenido cerca de la mesa. Ésta se inclinó un poco hacia el jugador moreno y le sonrió.
–¡Mierda, Amanda! ¡Deja de coquetear! –gritó su acompañante, que de pronto apareció a su lado y la agarró del brazo– ¡Y encima delante de mi! ¡Nos volvemos a casa ahora mismo!
–¡No me quiero ir! – renegó ella mientras él la arrastra hacia la salida del salón – Contigo no voy a ninguna parte. No me puedes…
Su voz se perdió cuando la puerta que daba a la calle se cerró a su espalda.
De nuevo los jugadores se centraron en el juego.
–No hay más apuestas –dijo el crupier con voz gangosa –Muestren sus cartas.
–Full –dijo el moreno sonriendo con satisfacción dejando ver tres reinas y dos nueves.
El rubio se limitó a mirarlo.
–Poker –dijo tan inexpresivo como había estado toda la partida, poniendo sus cartas sobre la mesa. Cuatro doses y un as.
La sonrisa del moreno se heló en su rostro y atravesó a su rival con una mirada de odio.
–Ha sido un placer –dijo el rubio al levantarse mientras recogía sus ganancias despacio y salía del local con parsimonia sin prestar atención al rostro hostil del otro jugador.
Acababa de doblar la primera esquina de aquellas calles solitarias y frías cuando dos personas se le unieron.
–¡Joder, tío, eres un maldito mago! –exclamó el joven del traje caro riéndose divertido– ¿Qué? Ni cuenta se ha dado el pringao de que has hecho trampa, ¿a que no? Y lo de la pompa… bueno me siento fatal pero ¡nos ha venido genial! ¿A que sí?
–En fin, el hombre estaba… distraído –respondió el rubio con una leve sonrisa mirando a la mujer.
–Hago lo que puedo –intervenido ésta con otra gran sonrisa en su cara– Y tú – añadió mirando a quien había fingido ser su acompañante– Eres un egoísta.
–Sí, bueno, lo que tú digas pero ¡qué buenos somos! Eh, ¿qué haces?
El joven rubio se había detenido. Allí, en un rincón, en un lugar apartado, la pompita lloraba aún su pérdida. El joven se aproximó muy despacio y se acuclilló a su lado.
–Deja de llorar, pequeña –dijo con voz suave– A ver, ¿lograste rescatar algo? – preguntó adelantando la mano.
La pompita lo observó tristona. Cada sollozo la estremecía de tal forma que toda ella temblaba casi a punto de explotar también. Y de pronto se adelantó y con sus manitas delicadas dejó en el dedo índice del joven lo que parecía ser sólo una gota de agua. Éste observó la gota un instante, concentrado, y luego se impregnó todo su dedo índice y pulgar con ella, los unió formando un círculo y sopló.
–Sou… –susurró la pompita asombrada mientras se acercaba a la pompa que acababa de surgir de entre los dedos del joven.
Ésta era igual de redondita y transparente que antes y mantenía sus dos manos sobre los ojos. Parecía algo mareada pero no había duda de que volvía a ser su Sou.
–¿Cómo has hecho eso? –preguntó la mujer tan impresionada como la pompa.
El joven rubio no respondió. Se levantó y siguió caminando. Su amigo le palmeó la espalda muy alegre.
– Joder, en serio que me sentía fatal. Lo dicho, tío. Pareces un puto mago.
Y se adelantó unos pasos, contento.
–No lo sabes tú bien –contestó el joven rubio pero, lo hizo en voz tan baja, que nadie lo escuchó.



EN LA TRINCHERA



AUTOR: JUAN JOSE HIDALGO DE MALAGA


Pyeter Cannys tiró de la cadenita de metal que le rodeaba el cuello, para sacar de detrás de su pechera una petaca plateada, la abrió y derramó el líquido amarillento, la mitad en su garganta y la mitad por la comisura de sus labios.
-No deberías beber, estamos de servicio –le recriminó Clothyldee Rïna, su compañera.
-¿A quién le va a importar ahora? –respondió él.
Rïna pasó unos instantes pensativa, para luego indicarle que le pasara la petaca, y beber ella también.
-¿Cuánta munición nos queda? –preguntó Clothyldee.
-No nos llega para terminar el día.
Ante la respuesta, Clothyldee frunció los labios en una mueca de disgusto y pensativa desesperación a la par. Intentó mirar por encima de la improvisada trinchera, pero apenas unos centímetros, con tan poca munición era peligroso exponerse más. Habló, reevaluando la situación.
-Somos los últimos, ya he perdido el contacto con el equipo Kappa. Y los gnokorian cierran el círculo. ¿Tienes alguna idea?
Oficialmente ella tenía mayor rango que él, pues había pasado las pruebas de aptitud con unas calificaciones inmejorables pero él prácticamente le doblaba la edad, y había participado en batallas como aquella desde hacía ya mucho tiempo, así que ella confió en su criterio una vez más.
-Aguantar, resistir. Quizás exista una posibilidad, una sola, de que venzamos, así que debemos buscarla. Y si no lo conseguimos, que al menos no se diga que fuimos unos cobardes, caeremos con honor, y hasta nuestros enemigos tendrán que rendir respeto a nuestra memoria.
Era por aquella clase de discursos por lo que Clothyldee se alegraba de contar con Pieter en su escuadrón, cuando eran tropas más numerosas las enardecía de tal modo que los habitualmente fieros gnokorian se echaban a temblar ante la furia de la andanada, y en aquellos momentos ayudaban a no hacer tan desesperadamente fatal la situación.
-¿Cuántos quedan? –preguntó Pieter.
-El último informe de campo hablaba de siete u ocho, quizás el equipo Kappa se llevase a uno o dos antes de caer.
-O quizás no. No podemos contar con ello. Nos superan cuatro contra uno, y tendrán más munición que nosotros.
Decidieron echarse otro trago al gaznate.
-Mejor estar borrachos cuando llegue el final ¿eh? –comentó ella.
-No quiero estar sobrio cuando los gnokorian lleguen –respondió Pieter.
De repente, Pieter alzó la mano, pidiendo silencio, y enseguida se colocaron en guardia. Los pasos múltiples de los gnokorian se acercaban a su refugio. Clothyldee alzó dos dedos. Dos enemigos. Pieter se colocó la mano a modo de visera. Exploradores. Pronto el inconfundible y alienígena aroma de los gnokorian les llegó del otro lado de la trinchera. Intentaban ser silenciosos, pero los años de batalla continua habían enseñado a los hombres a colocar planchas de latón cerca de sus trincheras, escondidas, anta las cuales las afiladas prominencias óseas de los gnokorian poco podían hacer para ocultar su avance. Rïna y Cannys comenzaron una cuenta de tres al unísono, en silencio sepulcral. Una, los pasos ya estaban casi encima de ellos. Dos, el aroma de los gnokorian llenó el recinto. ¡Tres! Ambos salieron, armas en mano, y descargaron sus proyectiles con exactitud y precisión contra sus enemigos. Estaban demasiado cerca para fallar. En seguida volvieron a la trinchera, corazones acelerados y sonrisas nerviosas por el orgullo elevado.
-Dos menos –dijo ella.
-Sí, tan solo quedan seis –era una advertencia tétrica, pero al menos sonreía -. Esos dos ya no darán más comunicaciones.
Ella se quedó seria de repente, y él la acompañó con un gesto afirmativo. Los exploradores gnokorian eran eficaces: habrían mandado mensajes de su posición al resto de la tropa en intervalos constantes. La falta de mensaje los señalaba más que mil alarmas luminosas, en definitiva, pronto los tendrían encima. El silencio tenso se impuso entre ambos.
Minutos más tarde, la petaca volvía a pasar de mano en mano, ambos apoyados de espaldas contra la trinchera, con la munición que les quedaba entre los dos, inundados por el aroma de los gnokorian. Deberían haber salido para retirar los cuerpos, lo sabían, pero eso hubiera sido exponerse a campo abierto más de lo necesario.
-¿Hemos perdido, Cannys?
Él la miró a los ojos, con aquella furia guerrera que lo caracterizaba.
-Sólo si nos rendimos, Clothyldee. Quizás perezcamos en esta batalla, quizás la humanidad acabe bajo el poder de los gnokorian, pero si no nos rendimos, al menos nadie podrá decir que hemos perdido.
Un sonido parecido a una risita llegó del otro lado de la trinchera, pero con un siseo reprobatorio de Clothyldee se detuvo. Pronto, más pronto de lo que hubieran querido, los pasos múltiples de los gnokorian les llegaron. Era difícil llevar la cuenta, los gnokorian poseían tres pares de patas, que movían siguiendo un ritmo que les era extraño a los humanos. Pero Rïna no era una soldado común: alzó la mano con cinco dedos bien visibles. Pieter asintió. Se detuvieron a una distancia prudencia. Sabían donde estaban, y que ellos lo sabían. El espacio ante la trinchera era campo abierto, y podían caer todos antes de alcanzarla si no actuaban con inteligencia. Uno de los gnokorian habló:
-Sois los últimos que quedáis, estáis en desventaja y sin apenas munición. Rendíos y se os tratará con justicia.
-¡Jamás nos rendiremos!! –soltó Pieter.
-Entonces os masacraremos sin contemplaciones –susurró el gnokorian.
-Así será entonces –dijo Pieter.
Pieter y Clothyldee se dieron la mano, apretándola fuerte, y se miraron con una sonrisa. No importaba la diferencia de edad, el fragor de la batalla había forjado una unión entre ellos, y aunque cayesen aquel día, jamás se rompería aquella unión. Ambos lo sabían, y por ello se sintieron felices antes del final.
En aquel tenso instante, un estridente sonido llenó el campo de batalla.
-¡Comunicado! –gritó Rïna.
Desde el Pacto 3 de Nueva Somalia los Comunicados eran momentos de tregua entre ambos bandos. La tensión aumentó en el ambiente.
-Sí… ¿qué?... Sí señora, pero ¿por qué?... Sí señora, a sus órdenes, señora.
-¿Quién es? ¿Qué dice? –preguntó Cannys.
-Es el alto mando. Dicen que debemos pactar la tregua con los gnokorian.
La ira ascendió al rostro de Pieter, roja y vengativa, e hizo crecer las venas de su cuello.
-¿Por qué? ¿Por qué demonios debemos firmar una tregua? Por todos los dioses de la guerra, ¡somos soldados, no políticos!
-Órdenes del alto mando. Tú te tienes que lavar, que según tu madre tienes que ir esta noche a cenar a casa de tus tíos. Y la mía ha encontrado los deberes sin hacer. Dice que no volveré a salir hasta que no estén hechos.
Eran razones de peso, pero Pieter Cannys, de nueve años, seguía enfurruñado. Bebió otro trago de zumo de piña de su petaca.
-Además, -le susurró ella, que conocía bien a su amigo y sabía cómo apaciguarlo -, la semana pasada fueron ellos los que pidieron la tregua, para ir a ver la salida de la crisálida de su primo.
Eso animó a Pieter, que sacó la bandera blanca, dispuesto a dar una tregua por esta batalla. Pero no en la guerra. La guerra de globos de agua que crías gnokorian y niños humanos llevaban librando desde tiempos inmemoriales, años después de que ambas razas hubieran firmado la ansiada paz.



RETUMBO EN EL ENTORNO



AUTORA: MARIA ISABEL REDONDO HIDALGO DE BURGOS



Claristel despertó sobresaltada. Algo la había sacado de las nieblas del sueño; no obstante, le llevó unos segundos identificar qué era. Un temblor estremecía todo el Entorno. No se trataba de uno de los nada infrecuentes terremotos que sacudían aquella especie de gel azul donde habitaba; más bien podría definirse como un runrún apenas perceptible pero constante. La temperatura del Entorno había subido; lo percibía con claridad en cada una de las ocho puntas de su cuerpo estrellado. Esto hizo que su ritmo metabólico se acelerase y su color pasara del usual violeta a un naranja intenso. Sólo los lunares negros que moteaban su piel aquí y allá permanecían inalterados.
Tuvo sed de energía e inspiró hondo varias veces hasta saciarse de las partículas nutritivas que contenía en suspensión el gel. El oxígeno disuelto que absorbió junto con la comida la ayudó a digerirla.
Entonces, la curiosidad, como una nube de fuego punzante, se abrió paso desde su mismo centro.
Tenía que averiguar la causa de aquella alteración.

Aleteando vigorosamente con todas sus puntas, comenzó a nadar hacia la fuente de la perturbación. Le llevó varias horas llegar hasta el sector Taemán, la región comprendida entre la Corriente Sectorial Principal y la Marea Cálida Sur-Aurora. Allí la vibración retumbaba más fuerte hasta volverse casi dolorosa. Los cilios sensibles que tapizaban su piel sufrían al contacto con la frecuencia de aquella onda y le pedían a gritos que abandonara el lugar. Pero tenía que averiguar lo que estaba pasando. Era una vigilante. Tenía la responsabilidad de velar por su pueblo.
Guía mi rumbo, ser y emociones para llevar a término mi tarea, pues tú eres la luz que alumbra en mi interior y hacia la cual se estiran y tienden todas mis puntas, rezó sin palabras a la divinidad. Después aminoró la marcha y avanzó con cautela.

Una luz vivísima inundaba toda la región. Por un instante, su circulación se detuvo y su cuerpo pasó al intenso azul del miedo. Los lunares se le volvieron amarillos brillantes en señal de peligro. Inspiró hondo, llenándose de gel casi hasta reventar y, comprimiéndose con todas sus fuerzas, lanzó el chorro hacia adelante por su único orificio corporal, con lo que salió impulsada a toda velocidad hacia atrás, huyendo a la desesperada ante aquella visión desconocida y terrible,
No bien se sintió a salvo, se obligó a sí misma a controlar el ritmo de la respiración y la circulación sanguínea. Uno, dos, tres, inspirar. Uno, dos, tres, retener. Uno, dos, tres, soltar. Uno, vuelta a empezar.
Soy una vigilante, ¡por todas las mareas! ¿Qué me pasa? Se supone que estoy preparada para afrontar este tipo de situaciones, ¿o no?
¡Qué vergüenza, si la viera su padre!
Cautela, se ordenó a sí misma. Poco a poco, a medida que iba relajándose, su cuerpo pasó del azul al violeta rosado.
Cautela. Avanza. Vamos.
Es tu deber.

Allí estaba otra vez la luz, una luz hiriente, cien veces más intensa que cualquier luz conocida o soñada. La vibración sonora se clavaba en su psiquis amenazando con partirla en dos.
Aíslate de esa onda, Claristel. ¡Ya!
Así estaba mejor, con toda su conciencia concentrada en las sensaciones visuales, cinestésicas y táctiles; atenta su mente a aprhender cuanto pudiera descubrir. Cuando su percepción logró al fin adaptarse a la brillante luz, distinguió una gran estructura metálica, de la cual parecía proceder el retumbo, y, al pie de la misma, a unas extrañas criaturas que horadaban el fondo con unos apéndices que, sin más datos, no supo si calificar de herramientas o de prolongaciones de su cuerpo esbelto. Eran seres de aspecto blando con simetría axial, dotados de cinco puntas: cuatro alargadas, simétricas dos a dos, y una redonda.
Extremando aún más las precauciones, se acercó muy despacio a uno de aquellos seres. La preocupación y la desesperanza que irradiaba golpearon su psiquis como la onda de choque de una explosión. Le preocupaba su familia, a la que había dejado muy lejos, lo cual era perfectamente comprensible. También estaba inquieto por la opinión que sobre él tendrían sus líderes. Pero, por encima de todo —y esto sí que a Claristel le resultaba sorprendente— pensaba en la mezcla de hidrocarburos y el oro del subsuelo.
Así pues, se hallaba ante una criatura capaz de comunicarse por medios químicos.
¿Qué mensaje trataba de enviarle?
La química de los hidrocarburos era compleja y podía dar lugar a indeseables malentendidos. El oro, en cambio, era un metal muy simple. Integridad. Nobleza. Soy lo que ves, no tengo segundas intenciones, parecía decir.
Siguiendo el protocolo, trató de establecer contacto con el extraño ser.
Necesitaba algo que simbolizara la fuerza de la amistad. Un hermoso triple enlace carbono-nitrógeno sería perfecto. Y un radical libre para mostrar su avidez por el encuentro.
En unos minutos su cuerpo sintetizó el compuesto deseado. Claristel se aproximó lentamente al ser desconocido para no asustarlo y, no bien se encontró frente a él, proyectó hacia su punta asimétrica aquel chorro de amabilidad y buena disposición.
Las convulsiones no se hicieron esperar. Poco después, aquel desdichado moría por falta de oxígeno.

James R. Adams, perforador de primera clase, ha sido la primera víctima mortal de la explotación minera Golden Blue, conocida como El Entorno. Falleció el pasado veinte de noviembre al ser atacado por una criatura parecida a una estrella de mar, si bien de mayor tamaño que ésta y extremadamente letal, de cuya existencia en el planeta no teníamos conocimiento hasta ahora. El diagnóstico no deja lugar a dudas: muerte por intoxicación cianhídrica. Como de costumbre, la Compañía se hará cargo del traslado a la Tierra de los restos mortales, corriendo asimismo con los gastos del funeral. Ya le ha sido comunicada a la familia la triste noticia y se han tomado las medidas oportunas a fin de que reciba a la mayor brevedad posible la correspondiente indemnización.
El caso de estas estrellas alienígenas ha sido remitido a nuestro Departamento de Investigación.





DECISIÓN IMPREVISTA



AUTOR: HEBER-LUIS GIL AMEIJEIRAS DE BARCELONA


Aclaración seguramente innecesaria

“Es bien sabido que los mecanostratos constituyen exclusivamente elementos secundarios de acceso a los cilindros con funciones de mantenimiento sistemático, aviso de alteraciones incluyendo determinadas alarmas y posibilidad de aportar datos complementarios de innegable utilidad, que debido a sus grandes dimensiones e infraestructuras armónicas, permiten niveles adecuados de vida regular interna, tanto real como virtual en condiciones de salubridad y operatividad altamente eficientes” (Cerintos Seminal, Oficial Operador de 1ª clase).

Cambio de rumbo justificado
En la última reunión quincenal celebrada tres días atrás, los calibrantes como miembros en activo, con derecho a voto, de “Artrópodos Sumergidos”, habían decidido que Purina como la iniciada más joven del capítulo ordinario, debería acercarse cautelosamente en globo hasta una distancia de cincuenta millas del primer artefacto, que era la mínima tolerada por los guardianes autómatas de los mecanostratos, con el fin de comprobar si se confirmaba que se había puesto de manifiesto el pergamino hipersónico, lo que supondría el encendido de la luminaria sinóptica que debía preceder a la nueva era introducida por los diseñadores de los monolitos giratorios que emitían constantemente un suave resplandor y que solo en momentos cruciales era sustituido por fuertes y continuados destellos de aviso a los ciudadanos para adoptar precauciones.

Purina, con solo 21 años, de poca estatura, pelo negro, ojos pequeños y oscuros que bizqueaban al ponerse nerviosa y expresión siempre risueña o burlona, según quien la observara, estaba absolutamente convencida de que la misión que le habían encomendado era una novatada de mal gusto, algún tipo de sanción, o bien, una venganza ideada por Frigio, el calibrante 2º, a quien le puso unas escusas infantiles para rechazar su invitación a cenar en uno de los restaurantes más famosos de Coral City, con reputación de procurar la máxima intimidad entre las parejas.
El problema principal de Purina era negarse a aceptar imposiciones, especialmente, si se trataba de la realización de actos que consideraba absurdos o de extrañas obligaciones que para ella resultaban incongruentes, ilógicas o fuera de época, aún cuando se tratara de los rituales que desde tiempo inmemorial, estaban previstos en la Carta Estatutaria de los “Artrópodos”. No en vano su prima Verinda, le había advertido lo que sucedería, pero Purina pensaba que podría aguantarlo todo y que los beneficios de ser miembro de la organización, deberían ser a gran relieve en su medio ambiente. Para el ingreso había tenido que pasar pruebas de gran dificultad, en muchos casos absurdas, al menos, en apariencia, pero ella había apretado los dientes y las había superado sin rechistar.
En todo caso, siempre sería mejor subir en el aerostato acompañada por René, piloto competente en el manejo de globos, que ir a una cena ridícula con Frigio, por muy compañero que fuera, a superior nivel, dentro del capítulo ordinario. Por otro lado, pensaba que si salía airosa de la aventura, adquiriría en un tiempo record tal prestigio e influencia que la harían invulnerable a este tipo de situaciones, al mismo tiempo que sus ingresos aumentarían en la empresa de semiconductores controlada por la Hermandad. Bueno pensó… más vale no empezar a construir castillos en el aire y además… son muchos los que tienen, secretamente, unos espeluznantes deseos de protagonismo, así que más vale estar tranquila y que vaya todo lo mejor posible.
Mientras pensaba en todas esas cuestiones, contemplaba desde la terraza de su pequeño apartamento en el piso 27 del edificio “Atorrant”, la preciosa bahía de Coral City en el lago Veril, más conocida como Saltgreensea, por sus tonos verdosos que iban variando en función de la climatología y por la concentración de sal en el mar, debida a una corriente subterránea de comunicación con el océano Arcaico que estaba a 120 millas de la ciudad.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la vibración de su comunicador que le anunciaba una llamada de su colega en la empresa, Virgil, a quien contestó de inmediato:
- Dime Virgil
- ¡Hola Purina!... me he enterado de algo relacionado contigo, por casualidad, y creo que deberías saberlo.
- Desde luego me interesa y me imagino de lo que se trata… más o menos.
- Oí una conversación en la que decían que a la última reunión de los iniciados, asististe sin el boniato reglamentario, que desde tiempo inmemorial llevan los novatos para comer durante el receso del mediodía.
- Es que lo considero una tradición absurda y fuera de lugar en los tiempos que corremos, además… a mí ese tubérculo no me gusta y no encaja con mi régimen.
- Si pero… ya sabes que es una tradición que viene de la época del hambre y de las dificultades y dicen que es un recordatorio, especialmente para los novatos, de algo que no debe volver a suceder.
- Personalmente, no creo que sean necesarios ese tipo rituales para comportarnos debidamente… ya se han superado muchas cosas…
- Pues para los veteranos que controlan el sistema, todo eso es importante, así que creí entender que tu viaje en globo es algún tipo de sanción por rebeldía y por algún otro problemilla, relacionado con una cena, que no entendí muy bien.
- Eso último es el verdadero motivo... rechacé una invitación de Frigio para cenar en un antro.
- Creo que has hecho bien, si no te apetecía… entonces me parece una represalia más que una sanción por el incumplimiento de un rito que debería desaparecer para siempre.
- Bueno Virgil, ya nos veremos antes de que me suba en el globo pero, de todas formas, el encargo que me han hecho me puede beneficiar, si consigo cumplir esa supuesta misión, de la que no puedo revelarte nada más… parece ser que ha funcionado todo por canales reservados entre la cúspide de “Artrópodos” y ciertos medios del gobierno de la federación del continente.
- Te deseo mucha suerte y si te vale mi opinión, intenta contemporizar en cuestiones que no sean comprometidas para ti, con cierta elasticidad, para evitarte problemas… adiós.
- ¡Hasta pronto!
Después de la conversación, Purina salió de la terraza y fue a prepararse la cena, consistente en una menestra ligera de verduras y unos trocitos cuadrados de lubina preparados en origen y sin espinas y de postre, un kiwi amarillo que le ayudaba a regularizar el intestino.
Más tarde se sentó, con las pierna cruzadas, en su sillón preferido, de color fucsia con un dibujo de líneas curvas de color azul pálido que pretendían recordar las ondulaciones del mar cerca de la playa en un día de verano y se puso a mirar en un extraño caleidoscopio de última generación, las formas diversas de colores, con inclusión de algunas antiguas figuras de la canción pop, entre las que sobresalía la Mandraka, notable por sus espectaculares y cambiantes registros del sonido de su voz y por el ritmo trepidante que imprimía a sus actuaciones.
En el caleidoscopio, con sonido envolvente incorporado, oía en ese momento una letra que relataba los orígenes de la vida de Mandraka, cuando aspiraba a triunfar y en la que dialogaba con su gata Betty, para desahogarse de sus frustraciones momentáneas, recibiendo, a cambio, prácticos consejos. Sin embargo era el manager, quien al final, intentaba solventar todos los problemas de forma contundente, sin conseguirlo.
La curiosa historieta decía:
“Llegó Mandraka a Barcelona
y comentó: Brasil en carnaval es cosa seria
mas Betty respondió muy cabal:
¿a qué viene eso Mandraka?
tú no eres una vaca y
estás en Ciudad Condal,
calla Betty preciosa
necesito un buen caudal
pues dicen por ahí que soy muy sosa
y Betty pensativa no dijo nada más
se fue a ver al jefe con aire compungido
y así le comento: Mandraka no controla
precisa en el coco un baipás...
lo que dices no me mola
responde el mandamás,
a comer unos callos y a dormir,
pero entonces la cantante
se tiró hacia delante
y contestó sin tapujos:
me permito ciertos lujos
y me iré a descansar
cuando acabe de ensayar,
mas la Betty sentenció:
“quien quiera andar su camino
que escuche a su minino”
y después sin remisión
se marchó hacia al balcón
a calmarse el sofocón.
La letra, meditaba Purina, menciona a la antigua ciudad de Barcelona, también conocida como la “Ciudad Condal”, a las orillas del Mediterráneo, mar al que los romanos, denominaban “Mare Nostrum”; además, pensó divertida que en la canción se utilizaban expresiones propias de esos remotos tiempos, totalmente inconcebibles en la actualidad.
Cuando se sintió más relajada y algo soñolienta, se fue a dormir sin contestar a varias llamadas de amigas.
Una vez en la cama, antes de dormirse, tuvo la gran idea… que subiera en globo su tía. Su decisión estaba tomada; aceptaría una oferta de Nazareth Grandet S. L. y se dedicaría a la investigación intensiva y sistemática de los mercados, sin explorar, de los mundos silénicos. Después se durmió plácidamente y soñó con viajes de negocios en raudas naves estelares, acompañada por interesantes ejecutivos del Brazo de Perseo.









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