domingo, 9 de marzo de 2008

Encuentro con el Tiempo Señalado


Nuestro amigo Juanjo me remite este relato y me da las gracias por considerarlo "publicable". Me comenta que le hacía falta algo de ánimo tras su fracaso en algunos concursos a los que se había presentado. Aprovecho este comentario para insistir en la idea de que jamás deberíamos medir nuestra valía como escritores en función de nuestro éxito en certámenes literarios. No digo ni mucho menos que estén amañados, no al menos los pequeños que es donde nos solemos mover quienes empezamos en este mundillo, pero sí hay que considerar que los convocantes de tales concursos no sólo juzgan nuestra forma de escribir, también toman muy en cuenta la temática. Quiero decir, que al juzgar lo escrito, aparte de la calidad que el relato debe poseer, sus gustos personales influyen de manera definitoria a la hora de dar el fallo. ¿Quiero eso decir que lo nuestro no es bueno? Ni mucho menos, simplemente no hemos "acertado" con el gusto del jurado. Ojo, que al decir esto incluyo el Certamen de Letras para Soñar. Tengo el convencimiento de que el relato ganador -La Hacedora de Ruidos- mereció el galardón, pero esto no descalifica ni mucho menos, el resto de relatos presentados. Así que, en resumen, no nos guiemos por los resultados obtenidos en concursos. Pongamos empeño en lo que hacemos -escribir es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración- y comencemos por intentar publicar en las publicaciones electrónicas que hay en la red. Sometamos nuestras historias al juicio de los demás que esta es una oportunidad que hace años no existía. Ahí comprobaremos nuestra valía y además, podremos mejorar.

No me enrollo más. ahí va el relato del bueno de Juanjo. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.




Encuentro con el Tiempo Señalado

Autor.- Juanjo H. D.




El calor dilataba los segundos, y los volvía húmedos y pegajosos. El péndulo del reloj que se hallaba frente a él oscilaba con parsimonia, intentando atravesar aquel tiempo viscoso y pesado. La incomodidad se había transformado en algo muy parecido a un dolor de cabeza durante los sofocantes minutos que llevaba sentado en la pequeña y estrecha silla de madera. De vez en cuando miraba el reloj de bolsillo, pero era por mero reflejo, la enormidad del reloj ante el cuál se encontraba le hacía insoportablemente consciente de la hora exacta y del paso del tiempo. Se sentía torturado por la paradoja del destino ineludible, tan pronto deseando postergar su encuentro, como acelerarlo para acabar de una maldita vez con la ansiedad que le roía los huesos.
Clavó su vista en la esfera del reloj, en el espasmódico movimiento de sus agujas, que se aproximaban de manera inapelable al instante señalado. El segundero, de un vivo escarlata, pareció ralentizarse progresivamente, y con cada sacudida, su estómago se contraía en un latido, mandado emboladas de bilis amarga contra su garganta reseca. El minutero se desplazó con dificultad, emitiendo un crujido oxidado. No pudo soportarlo más, y apartó la vista del reloj. No había gran mejoría. La sala se prolongaba en la distancia, señalando inequívocamente su humana insignificancia. Del techo en penumbra le llegaban los ecos de aleteos cuerudos, demasiado rítmicos para ser naturales.
Volvió a consultar su reloj de bolsillo, provocando un vuelco en su corazón. Alzó la vista al gran reloj de péndulo, para contemplar que el tiempo se le había escurrido como arena entre los dedos. Las tres manecillas estaban fundidas en una, se movían al unísono durante un último y largo segundo. La campana era tan grave y oscura como había sido su forja: de mil armas manchadas de sangre inocente, en un fuego alimentado por corazones suicidas, templada en lágrimas de terror. Los doce repiques rompieron el sonido en roncos gritos de metal herido. Era la hora señalada, y él, el Elegido, se puso en pie con más aplomo del que en verdad tenía.
Tras el reloj ascendían dos hileras de escalones de piedra, por los que descendieron sendas filas de figuras monacales de hábito negro desgarrado. Allí donde se veía piel, era de un gris ceniza; allí donde se veían cabellos o barbas, brillaba un blanco leproso. Las filas parecían no acabar nunca, mientras los monjes formaban hileras ante la silla de madera y el Elegido que se hallaba en pie ante ellos. Pronto los monjes estrecharon el círculo, hasta casi invadir el espacio vital del escogido.
Al cesar el flujo de gente, se abrió un pasillo despejado frente al reloj de péndulo. La portezuela se abrió, y de ella emergió un gigante anciano. Saturno, le vino a la mente al Elegido, al observar un brutal salvajismo en el rostro, más lupino que humano; la desnudez de músculos viejos y de vello canoso; el largo y enmarañado cabello que ocultaba apenas el brillo febril en los ojos. Aquel Saturno se movía en una mezcla absurda de bestialidad y poderosa elegancia, portando en su diestra un báculo acabado en un afilado péndulo. Cada paso hacía arrodillarse una nueva sección de monjes.
El báculo golpeó el suelo frente al Elegido, con un sonido más parecido al repique de una campana. En la sala sólo permanecían en pie el gigante y el hombre que se erguía frente a él. Temblar o parecer débil hubiera sido un gran error.
-Has sido Escogido –tronó la voz del Saturno.
-Eso se me dijo, mas no para qué fui escogido.
-¿Temes lo que contemplas? No mientas.
Tras dudar un segundo, comprobó que sería una tremenda estupidez tratar de engañar al gigante:
-Sí, gran señor, lo temo mucho.
-Vuestra sangre débil siempre ha temido al Tiempo.
-Entonces ¿sois acaso Saturno, padre de Titanes?
-O Cronos, o Padre Tiempo, o el Relojero. Tengo muchos nombres, pocos son justos, ninguno exacto.
-¿Para qué he sido Escogido, oh señor de las eras y los siglos? –al decir estas palabras, el hombre se arrodilló y bajó con humildad la cabeza.
-Deberás volver a tu falsa vigilia, tomar tus pinceles y tus óleos, y realizar un cuadro que el mundo contemple con fascinado horror.
-¿Un cuadro?
-Un retrato que me haga justicia ante los ojos de tus compañeros mortales, que los llene de miedo tanto como mi presencia te asusta a ti. Ahora despierta, y cumple con tu cometido, Francisco José de Goya y Lucientes.

Juanjo H. D.

6 comentarios:

José Angel Muriel dijo...

Lo de los concursos, como tú has explicado muy bien, es algo muy relativo. Depende de tantas cosas... Se trata de perseverar hasta atinar, pero dar con lo que le puede gustar al jurado, más allá de la calidad, no es fácil naturalmente.

Anónimo dijo...

Me pareció un buen relato; barroco pero correcto, metafísico y sugerente. Tal vez, entiendo demasiado brusco el desvelo final del protagonista.

Respecto al comentario de JE Álamo, comparto con él que no debe servir de baremo la aceptación de los relatos en los certámenes; se publicó un articulo recientemente en el portal "ciencia-ficcion.com", donde exponían la facilidad de escribir para concursos (o sea, que la buena literatura de un concurso no es lo mismo que la buena literatura en general... y que existe una técnica particular para camelar a los jurados), estoy bastante de acuerdo.

Daniel Miñano Valero

Anónimo dijo...

El relato tiene interés, esta bien escrito, incide en aspectos que integran impregnación de cultura artístico-mitológica y, aunque utiliza frecuentes adjetivos, seguramente para reforzar las expresiones, es digo de ser finalista en cualquier concurso fiable.
Suerte!!!!
Joel

Monelle/Carmen Rosa Signes dijo...

Interesante cuento. Quizás un uso excesivo de adjetivos que aporta, por momentos, unas tramos un tanto cacofónicos, relentizan un poco su lectura. Pero la trama es interesante y bien llevada. Me ha gustado. Saludos.
Carmen

Unknown dijo...

Es bastante original y me gusta mucho la sorpresa final.
Estoy de acuerdo con el resto de compañeros en que existe un abundante uso de adjetivos, pero ello no tiene que ser necesariamente malo sino simplemente una caracterizacion de tu estilo, algo que te defina y te diferencie de los demas.
Completamente de acuerdo con lo que se comenta acerca de la importancia de los concursos, yo te animo a que sigas escribiendo, por favor. Hay una deduccion muy logica si te paras a pensarlo: supongo que te gusta escribir, porque si no te gustase, no lo harias, de modo que, si te gusta, ¿por que vas a dejar de hacerlo? aunque solo sea para tu propio disfrute. Animo.
GuZ.

Anónimo dijo...

Me gustó mucho el relato, sobre todo la sorpresa final. Seguro que le ocurrió así a Goya.

En cuanto a lo de los concursos...difiero en parte. Algunos, sobre todo los modestos, son justos y están basados en el gusto del jurado.
Sin embargo, en los de prestigio no creo mucho. Una vez, en uno de ellos aventajé al ganador en cuatro puntos, pero ganó él por ser más conocido.
¿Que cómo lo supe? extraoficialmente.

Eso no quiere decir que sea siempre igual, pero sí es bastante frecuente.