-Silencio, su oído es fino como el de las ratas. Si nos sienten, será la muerte para todos.
-Padre, ¿está seguro…?
Revuelo de negra túnica y mirada enfebrecida. -¿Acaso dudas de la voluntad del Señor?- a pesar del siseo, las palabras chocan como losas contra el indeciso.
-No, Padre. Perdón.
Le ignora y torna a avanzar hacia el viejo caserón plantado como una muela careada en pleno campo de encinas. A su lado, puro temblores no sabe si hacia el sacerdote y su Santa Inquisición o hacia los parásitos nocturnos que tantos estragos han provocado entre los habitantes del pueblo al que representa, camina el alcalde. Aprieta la estaca en una mano y la vasija con agua bendita en la otra.
-Mora en el sótano, su lápida reza Rodrigo Urquijo. A él atacaremos el primero.
El alcalde otea el horizonte, a punto está de caer el sol. No osa repetir la advertencia que diera por la mañana al sacerdote.
–Vayamos al amanecer padre, entonces están indefensos-. El cura había vociferado si él era quién para contradecir la voluntad de Dios. -Los caminos del Señor son inescrutables- había añadido con trueno en la voz. –Si el Señor me ha pedido que acudamos en esta hora, en esta hora todos los varones del pueblo acudirán. ¿No es El acaso quién me ha hablado del cubil de los viles parásitos?
No se atreve a repetir la advertencia, pero a punto está de orinarse del pánico que le recorre las entrañas.
Los hombres siguen al cura cuando este abre el portón del viejo caserón y con los últimos rayos arrojando sombras nigromantes sobre la partida de exterminio, corren todos al sótano en busca de la lápida que les indicara el cura. El alcalde por aquello del miedo, avanza el primero dando tales alaridos que el mismo diablo envidiaría. Se precipitan al sótano y encuentran la lápida que ya cae al suelo, despierto su morador a la nueva noche. Asaltándole, le vencen por número y por la falta de fuerzas del parásito que aun así acaba destripando a buen número de asaltantes con sus garras. Luego el cura les reclama afuera. Y lo hace en buena hora, los demás parásitos despiertan y aunque confusos ante el ataque y la muerte de quien sin duda era notable entre ellos, se aprestan al ataque. El alcalde consigue dirigir a los hombres al exterior y luego arroja el agua bendita contra el portón. Los parásitos se echan hacia atrás enfurecidos.
-No les detendrá largo rato. Id a la iglesia y cobijaos allí.
No se lo hacen repetir. Corren como pocas veces lo harán en su vida. La vida les da alas para huir de la muerte. Mientras, el cura encara el portón cruzado de brazos. Los parásitos se acercan traspasando el umbral conforme el agua bendita pierde efecto. Gruñen y amenazan mostrando los afilados incisivos. El religioso permanece inalterable. Al fin un parásito se une al resto, proviene del sótano.
-Muerto, el gran Maestro ha muerto.
-¡Venganza!- chillan todos.
El cura alza ambos brazos y demanda silencio. -Sí- sisea. –Y ahora, el poder me pertenece por ser el más antiguo de entre todos vosotros. El rebaño aguarda a quienes me sean leales. Su refugio hace tiempo que no es tal-. Luego calla. Tras instantes de indecisión, la sed clama y los parásitos parten. El nuevo gran Maestro sonríe mostrando los afilados colmillos.
miércoles, 28 de mayo de 2008
Un relato
Este relato apareció en el especial de miNatura sobre Vampiros. Un amiguete lo ha leído y quería compartirlo con unos "vampiroadictos". Luego se le ocurrió que podía sacarlo en el blog. Dicho y hecho. De todos modos sigo recomendando la revista miNatura. Vale la pena.
Espero que os guste el relato.
Una Cuestión de Poder
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3 comentarios:
Me pregunto de dónde sacas tantas ideas. ¿No has pensado en reunir todos tus relatos? A mí me encantan.
Xosé
El cura vampiro ¡Qué irreverente! Mola y lo de minatura también.
Ya lo conocía, y me alegra que te hayas animado a subirlo a tu blog. Espero que hagas lo mismo con el resto de colaboraciones para miNatura. Gracias por difundirla amigo. Felicidades por tu blog, está creciendo en todos los sentidos.
Carmen
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