La mañana es pringosa y el balanceo de las aspas en el techo del bar sólo consigue remover un aire saturado y calentorro. ¡Menudo verano nos espera! El sopor es generalizado hasta que el de siempre lo rompe.
—Dios no juega a los dados— el sobrecillo de azúcar ondea entre dos dedos gruesos de uñas sucias. —Einstein— añade el dueño de esos dedos. —Albert Einstein, 1879-1955, un genio. Inventó la bomba atómica—. Sabio frunce los labios satisfecho mientras los demás asienten, luego abre el azucarillo feliz de haber impartido otra lección.
—Menudo hijo de puta.
— ¿Eh?— Ismael, el Sabio, levanta la cabeza derramando el azúcar por la barra.
—Que menudo hijo de puta—. El que habla como si masticara gravilla es Larguirucho, un tipo nuevo que apareció hace cosa de diez días, aunque debían conocerle de antes porque se ha fundido en el paisaje de habituales sin problema alguno. Hasta esta mañana siempre se ha mantenido callado y serio, pendiente de su copa y de nadie más.
— ¿Quién es un hijo de puta?— pregunta Ismael con los ojos entrecerrados.
—El “Insten” ese de los cojones. La bomba atómica, ¡vaya invento!
—No sólo fue la bomba, fueron más cosas como la energía nuclear y, y, y— Sabio golpea la barra para desatascarse. —Y más cosas que no entenderías— su rostro luce un rojo fresa que da algo de risa. Pero nadie se ríe, al menos no abiertamente.
—Sí, ya. Lo de que Dios no juega a los dados. No hace falta ser un genio para eso, si es que Dios existe, que para mí que no. Pero si existiera, ¿para qué va a jugar a los dados si ya se lo sabe todo?— Sonríe de medio lado mientras golpea suavemente la barra con la copa. El Piojoso se la rellena con un líquido espeso y blanquecino. Larguirucho se lo está pasando bien, la sonrisa le anima los ojos habitualmente tristones y ausentes.
—¿Que ya sabe qué?— farfulla Sabio.
—¡Que ya sabe las jugadas! Coño, Ismael, ¿que no estarás quedándote sordo? Je, je. Que si hay un Dios— y señala hacia arriba con un dedo nudoso— no es a los dados a lo que jugará, seguro que tiene cosas mejores que hacer que preocuparse de nosotros—. Apura la copa y de pronto su mirada vuelve a apagarse. —Te lo digo yo— añade antes de marcharse dirigiendo un gesto de despedida a los habituales.
—Maldito ignorante, si no fuera por lo suyo…—la voz del Sabio se pierde y acaba dentro del café que se lleva a los labios.
¿Lo suyo? Me estoy preguntando qué será eso de lo suyo cuando el Piojoso, al cobrarme, me susurra: —Tiene cáncer, no hay nada que hacer— luego toma la moneda de la barra y va a servir unos cafés que le han pedido mientras yo me marcho.
Joder con el Piojoso, para una vez que me habla…
—Menudo hijo de puta.
— ¿Eh?— Ismael, el Sabio, levanta la cabeza derramando el azúcar por la barra.
—Que menudo hijo de puta—. El que habla como si masticara gravilla es Larguirucho, un tipo nuevo que apareció hace cosa de diez días, aunque debían conocerle de antes porque se ha fundido en el paisaje de habituales sin problema alguno. Hasta esta mañana siempre se ha mantenido callado y serio, pendiente de su copa y de nadie más.
— ¿Quién es un hijo de puta?— pregunta Ismael con los ojos entrecerrados.
—El “Insten” ese de los cojones. La bomba atómica, ¡vaya invento!
—No sólo fue la bomba, fueron más cosas como la energía nuclear y, y, y— Sabio golpea la barra para desatascarse. —Y más cosas que no entenderías— su rostro luce un rojo fresa que da algo de risa. Pero nadie se ríe, al menos no abiertamente.
—Sí, ya. Lo de que Dios no juega a los dados. No hace falta ser un genio para eso, si es que Dios existe, que para mí que no. Pero si existiera, ¿para qué va a jugar a los dados si ya se lo sabe todo?— Sonríe de medio lado mientras golpea suavemente la barra con la copa. El Piojoso se la rellena con un líquido espeso y blanquecino. Larguirucho se lo está pasando bien, la sonrisa le anima los ojos habitualmente tristones y ausentes.
—¿Que ya sabe qué?— farfulla Sabio.
—¡Que ya sabe las jugadas! Coño, Ismael, ¿que no estarás quedándote sordo? Je, je. Que si hay un Dios— y señala hacia arriba con un dedo nudoso— no es a los dados a lo que jugará, seguro que tiene cosas mejores que hacer que preocuparse de nosotros—. Apura la copa y de pronto su mirada vuelve a apagarse. —Te lo digo yo— añade antes de marcharse dirigiendo un gesto de despedida a los habituales.
—Maldito ignorante, si no fuera por lo suyo…—la voz del Sabio se pierde y acaba dentro del café que se lleva a los labios.
¿Lo suyo? Me estoy preguntando qué será eso de lo suyo cuando el Piojoso, al cobrarme, me susurra: —Tiene cáncer, no hay nada que hacer— luego toma la moneda de la barra y va a servir unos cafés que le han pedido mientras yo me marcho.
Joder con el Piojoso, para una vez que me habla…
9 comentarios:
Me encantan estos diálogos. Dignos de Tarantino. Felicidades y a seguir así.
El Piojoso ya te ha clichado, posiblemente hasta tengas un apodo...El Chafardero.
El Sabio, muy chulo. Cualquier día éste se engancha con alguien.
Gracias IA aunque creo que te has pasado con lo de Tarantino, pero se gradece igual.
¿Chafardero? Milagros, eso suena a cotilla ;-)
Ey! Pues yo apoyo el comentario del Sr IA; a mi también me evocan estas escenas de bar a los diálogos tarantinianos! Nunca lo habia pensado!
Quizá Piojoso descubrió este blog, cualquier día te deja aquí un comentario!
Gracias a ti también, Dani. Por cierto, terminé Bajo la Influencia y la semana que viene sabrás de mí...je,je,je. ;-)
A mí me da que el piojoso te tiene bien calado. Vaya, que a estas alturas igual hasta entra en el blog y todo. :)
Pues no sé, pero a mí me da que al Piojoso le hablas de Internet e incorpora la palabreja como un taco nuevo.
Me gusta la ambientación que consigues recrear y la descripción de la actitud de los personajes en la escena: "como si masticara gravilla", "con los ojos entrecerrados".
También me quedo con
- La lógica del ignorante: ¿...si ya lo sabe todo?
- Toques naturalistas en la desdicha del perdedor: "seguro que tiene cosas mejores que hacer que preocuparse de nosotros"
Me ha gustado. De verdad.
Manel
Gracias, Manel. Tus comentarios me han emocionado.
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