MEZQUINO

Mezquino, na.
(Del ár. hisp. miskín, este del ár. clás. miskīn, este del arameo miskēn[ā], y este del acadio muškēnu[m], súbdito de palacio).
1. adj. Que escatima excesivamente en el gasto.
2. adj. Falto de nobleza de espíritu.
3. adj. Pequeño, diminuto.
4. adj. p. us. Pobre, necesitado, falto de lo necesario.
5. adj. desus. Desdichado, desgraciado, infeliz.
6. m. En la Edad Media, siervo de la gleba, de origen español, a diferencia del exarico, que era de origen moro.

El otro día me preguntaba cuál sería la palabra más adecuada para definir a los personajillos cuyas intenciones son cuanto menos, sinuosas. Esos que ofrecen una sonrisa que oculta una personalidad profundamente inestable y egocéntrica. Y tras barajar varias posibilidades, tales como hipócrita, falso, capullo y otras que ya caen en la categoría de palabras gruesas, se me ocurrió la que da título a esta entrada. Y ahí queda eso. Personalmente, de las acepciones que ofrece la RAE, me quedo con la que he destacado. Creo que va como anillo al dedo.

(Afortunadamente, yo tan solo conozco a un mezquino y, ya identificado, mantengo las distancias).

¿Y todo esto a qué viene? Pues a que el otro día tuve ocasión de volver a ver la maravillosa película de Billy Wilder, Testigo de Cargo. La cinta es de 1957 e incluye en el reparto a Marlene Dietrich, Charles Laughton y Tyrone Power. Está además, basada en una obra de Agatha Christie. Y si he visto un personaje que merece el apelativo de mezquino, es sin duda uno de los que aparece en esta obra. No voy a decir cuál porque habrá quién no la haya visto y desvelar este dato es literalmente, destripar la película.

Una película recomendable, impresionante e imprescindible para saber cuánto puede ofrecernos el cine, que es mucho.

¡Ah! Ojo con los mezquinos, suelen parecer encantadores.