No solo Dolmen, también Cyberdark se hace eco de la publicación de Tom Z. Stone. Y ya que estamos, ahí va parte de un capítulo de la novela.
Rata y Armario.
(Jueves)
El reconocimiento de defunción “de facto” es una figura legal creada para amortiguar el impacto social y emocional que supuso la vuelta de los muertos. Una salida para los que no podían aceptar la realidad. Uno se acoge a este reconocimiento de manera voluntaria. La familia recupera la normalidad, o lo aparenta al menos, y el reanimado pasa a seguir legalmente muerto. A nosotros se nos ofrecen ayudas económicas para iniciar una “nueva vida”. Yo no necesité la ayuda económica.
Las seis decía el reloj cuando conseguí salir del estupor que me había provocado la mezcla de bourbon, vodka y cervezas de la noche anterior. Hace apenas tres horas, me aclaró una vocecita a la que llamaré conciencia.
Hay mañanas en que uno se siente más viejo que el diablo y más tonto que las pelusas, y esa del jueves era una de las mías. Una de tantas, también es verdad, o sea que no constituía ninguna novedad, pero ni cambiaba ni mejoraba las cosas.
Me pasé la mano por la cabeza como si pudiera alejar la tormenta de ansiedad que comenzaba a acecharme y acabé por vestirme a toda prisa para salir a la calle. Necesitaba ver el sol, la gente, los coches, sentir a la ciudad desperezándose, volviendo a la vida tras la noche. A fin de cuentas eso era lo que yo había hecho, ¿no? volver a la vida después del gran sueño, el sueño eterno… Le pegué un beso a la botella para acallar la opresión de ideas negras, asusté al gato con dos buenos gritos cuando lo vi enroscado sobre mis zapatos y, después de ponerme unos pantalones de lino, una camisa blanca y echarme la chaqueta al hombro, que ya hacía calor a esas horas, salí a la calle con la sensación de que me iba a reventar el pecho de pura ansiedad.
Anduve hasta el despacho mientras liquidaba una cajetilla de Camel. A mitad de camino conseguí recuperar la calma lo suficiente para apurar los pitillos y no tirarlos después de dos caladas. Me di cuenta de que estaba mirando a todo el que se cruzaba conmigo en busca de qué sé yo, quizás una respuesta o al menos un gesto de comprensión.
Al final opté por meterme en el bar que hay al comienzo de la calle del despacho: El As de Picas, un tugurio infecto que sorprendentemente tiene una clientela muy fiel. A su dueño, conocido como el Piojoso por todo el mundo, se la trae al pairo que seas un zeta, una eñe o una puta uve doble siempre que pagues lo que te tomes y no montes jaleo en el local. A pesar del dolor de cabeza que tenía a causa de mi particular juerga nocturna, me hacía falta tomar algo, así que me acodé en la barra, gruñí un saludo y pedí un café con un tirito de orujo en vaso aparte.
—¿Hierbas o blanco? —preguntó el Piojoso echándome el humo de su sempiterno cigarrillo a la cara.
—Ponme uno de cada no se vayan a poner celosos.
Gruñó un ja más falso que su güisqui escocés y luego me sirvió las dos copas.
—Paco, lo de siempre —pidió un habitual del bar. Era uno que decía llamarse Santi y al que los demás llamaban el Bocas. Siempre estaba en el mismo sitio, apoyado sobre la barra masticando un trozo retorcido de caliqueño al que de vez en cuando sacaba humo, y soltando perlas que esperaba supiéramos apreciar los demás. De ahí le venía el apodo.
—¿Cómo va, amigo? —saludó dirigiéndose a mí.
Hizo un gesto vago con los labios, mientras acunaba la copa.
—Así estamos todos, con la mierda al cuello —afirmó—. Mucho tienen que cambiar las cosas en esta ciudad, ¡pero que mucho! ¿Sabéis lo que yo haría?
Cuando observé que varios de los que estaban en las mesas a espaldas de Bocas ponían los ojos en blanco, supe que había llegado la hora de marcharme. Apuré las copas, pagué lo que debía y farfullando un adiós sin mirar a nadie, me largué dejando al Bocas dándole la brasa a los de dentro.
Admito que cuando salí del As de Picas tenía más ganas de sonreír y la ansiedad con la que había arrancado el día, solo era un mal recuerdo. De todas formas y como precaución, había cargado la petaca con orujo, del blanco que el de hierbas lo encontré demasiado dulzón.
Al llegar al portal me costó hasta tres intentos abrir la puerta, por momentos parecía que se burlaba de mí. Luego subí las escaleras a paso ligero hasta el primer piso donde tengo el despacho. Un poco de ejercicio nunca viene mal. Al llegar, abrí la puerta y pasé adentro esquivando el dintel por milímetros. El orujo era fuerte, no cabía duda. En el interior estaba todo a oscuras, Mati no suele llegar antes de las ocho y apenas eran las siete y media. Fui palpando la pared buscando el interruptor de la luz cuando una mano grande y callosa tomó la mía. Como no me sentía especialmente cariñoso esa mañana, solté la otra mano en forma de puño hacia la sombra que se abalanzaba sobre mí. Fue como golpear una pared y, aunque el otro soltó un gemido, creo que yo me hice más daño que él. Me solté de un tirón e intenté sacar el revolver que llevo siempre anidado en la axila. Entonces alguien encendió las luces y me encontré cara a cara con el agujero negro de una pistola. Juraría que era una Beretta, aunque te puedes equivocar en ese tipo de detalles cuando te encuentras en una situación de cierta tensión. El borrego que había detrás del arma tenía cara de rata, una mirada cargada de rabia y unas ganas tremendas de tirar del gatillo. Esas cosas se notan, son como el amor a primera vista: no se pueden ocultar. Me quedé quietecito y con las manos en alto. Mis nuevos amigos eran dos: uno, el que llevaba la pistola y el otro, el que había hecho manitas conmigo; este era un borrego grande y sólido como un armario y con una jeta de nariz rota, labios gruesos y crueles y ojos negros que daba miedo.
7 comentarios:
El Piojoso no podía faltar, claro que sí.
¡Ese pedazo de cameo! Se intuye que has sabido llevar el tema zombie a tu terreno, con ese aire de novela negra y esos ambientes castizos.
Sí, el Piojoso es imprescindible.
Siempre he querido hacer novela negra, a ver si lo he conseguido...
Noir power!
Tom Z eras tu???
Ahí estamos, Claudio!!
Sí, José Miguel, era yo. XDDDD
Y yo que pensaba: ¿quién coño será este tío?
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