El artículo que viene a continuación ya lo publiqué en su día en sedice.com. La cuestión es que hoy, viendo a mi hija hojear un cuento y leérmelo en voz alta, me ha venido el recuerdo de lo que escribí hace cosa de un año. Dicen que la gente no lee, pues yo tengo el convencimiento de que si facilitamos el acceso a los libros a nuestros hijos, estamos abriéndoles un mundo del que nunca se cansarán. Y leerán, vaya si leerán.
SARAH
No hace mucho me encontraba con Silvia, mi mujer, seleccionando y ordenando los libros en las librerías con las que contamos en el salón después de hacer una limpieza de las llamadas a fondo.
¡Hay que ver la de polvo que acumulan los libros! A veces me siento tentado de coger un volumen especialmente tostón y emplearlo para limpiar la casa mandando a paseo trapos, ceras y plumeros mágicos.
Mi mujer y yo habíamos hecho una ardua y discutida selección de lo que queríamos figurara en nuestra pieza más noble de la casa –se admiten risitas- tomando como baremo la estética y sobre todo, nuestra valoración de lo escrito. Los demás pasarían a ocupar espacio en las estanterías que tengo en el despacho, también conocido como “La Leonera” por mi querida esposa. Digo pues, que andábamos discutiendo si me correspondía colocar “Matar un Ruiseñor” entre “Sentido y Sensibilidad” y “Bosque Mitago” o a ella “·La Princesa Prometida” -lo de añadir una segunda fila de libros estaba descartado- cuando mi hija hizo su aparición cargada de cuentos. Silvia y yo nos miramos un tanto sorprendidos, no tanto por el hecho de que trajera sus cuentos, lo hace con cierta asiduidad para que le leamos alguno, sino por el gesto de decepción y reproche que se dibujó en su rostro. Interrogada al respecto, repuso que no sabía cuál era su estantería, que era otra manera de decir: Las habéis ocupado todas y en esta casa somos tres, no dos. Manteniendo las sonrisas a cubierto, despejamos enseguida una balda en la que la niña se apresuró a meter sus cuentos. Afortunadamente ocuparon una sola fila por lo que mi mujer y yo nos congratulamos al ver que podíamos mantener la estética. La congratulación aguantó tres minutos, los que tardó Sarah en volver de su cuarto con un montón de libros más. Intentamos explicarle que no cabían, que a fin de cuentas contaba con sitio en su dormitorio y que no quedaría bonito… Nueva miradita de reproche recorriendo las librerías repletas de nuestros “cuentos”, para acabar en el triste espacio que le habíamos cedido. Sobra decir que enviamos la estética a hacer puñetas y cedimos tanto sitio como fue necesario a nuestra futura lectora.
Lee multitud de palabras sueltas e hilvana alguna frase que otra, pero tiene sus cuentos y conoce perfectamente el argumento de cada uno. Huelga comentar que desde muy pequeñita le hemos leído cuentos todas las noches antes de irse a dormir.
Por si a nuestro proyecto de unas librerías bien organizadas le restara algún atisbo de éxito, Sarah se encargó al día siguiente de aniquilarlo con su colección de “dvds”. Vuelta a explicarle que en el clasificador no cabía una película más, vuelta a soportar miraditas agudas -¡Dios mío! ¡Qué actriz en ciernes!- y a despejar otra balda para que sus películas lucieran cercanas a las nuestras.
Sarah ya cuenta historias de su propia invención y las llega a plasmar sobre el papel. Para ello, dibuja personajes, escenarios y otras cosas difíciles de descifrar y posteriormente, nos cuenta lo que ocurre. También recurre a sus juguetes a los que disfraza, pinta, corta el pelo…
-¿Y las tijeras, cari?
-¿No las tienes tú?
-¡Dios mío! ¡SARAH!
y les asigna una personalidad y un cometido.
A veces sus historias dan miedo, como cuando nadie quería a un osito de peluche porque lloraba y claro él lloraba cada vez más, con lo que le querían cada vez menos. Otras dan risa como la del monstruo que tenía hipo y compró un espejo para asustarse a si mismo.
Aunque esté mal que lo diga yo, sus relatos son buenos, muy buenos para una niña de cinco años.
Luego están sus ocurrencias, como el día que se enfadó conmigo porque le prohibí algo – no recuerdo el qué, quizás que no me saltara sobre los pies o fuera gritando Papi está tururú, por la calle- y ante su encabezonamiento, que hizo inútil cualquier intento de explicación, sentencié que yo mandaba sobre ella y punto. Ella frunció los labios, dio un para de pisotones tipo “Hulk” y me gritó que sí, que yo mandaba pero sólo en este Reino. Cuando le pregunté qué había querido decir, repuso que a ver si yo quería mandar en todas partes, que entonces era un mandón.
Quizás parezca que tengo una hija díscola y no es así. Tiene sus arranques, pero anda sobrada de ternura y buenos sentimientos.
Quizás parezca también que tengo una hija con mucha imaginación y tengo que decir que sí y que a eso contribuye todo lo que “lee”. Mi hija es una lectora que pronto contará con sus propias librerías
¿Alguien tiene espacio en casa para mis libros?
y su rincón favorito para disfrutar de la lectura.
Juraría que le tiene echado el ojo a mi sillón, pero hasta ahí podíamos llegar… ¿no?
Cuando escribo, pienso en ella como adulta, las barbaridades que escribo tendrá que leerlas bastante más adelante, y entonces pongo especial cuidado en cada frase, en cada palabra.
No soy muy dado a dar consejos, salvo cuando me lo solicitan, pero en este caso haré una excepción: Si tenéis hijos o habéis pensado tenerlos en el futuro, invitadlos a la lectura y descubrirán un mundo por el que os estarán siempre agradecidos. Eso es algo que les debo a mis padres.
Quizás penséis que soy un padre orgulloso y tendréis razón. Toda la del mundo.
9 comentarios:
Es una de las cosas más conmovedoras que he leído jamás. Felicidades por haber criado a esa pequeña criatura.
Gracias, pero no es oro todo lo que reluce. No conozco tarea más dura que crirar un hijo... pero no la cambiaria por nada.
Leí el articulo sobre Sarah" en "sedice" y me pareció bueno, ahora me parece aún mejor. Esto me recuerda que tengo que releer algún buen libro,-¿El Quijote?- disfruto al encontrar nuevos matices/detalles en la trama. Isidoro
Los niños -demostrado científicamente- ven y oyen muchas más cosas que los adultos, puesto que acaban de estrenar sus órganos sensoriales (los tienen nuevecitos); y yo creo que esto incluye el llamado 'sexto sentido', que nadie conoce muy bien donde se ubica, pero todos saben lo que es.
Pues pienso que todo escritor tiene muy presente su 'yo niño' dentro, que una cosa va unida a la otra, indefectiblemente. ¿No recuerdas cuando eras niño, como era para tí el mundo? Y además, ahora tienes la ventaja de poder verlo también a través de los ojos de Sarah.
Qué suerte la tuya!
En eso te doy toda la razón, Anabel. Ver el mundo a través de los ojos de un niño, reabre puertas que teníamos olvidadas.
La verdad es que estas cosas mueven a la reflexión y es que la felicidad está en los pequeños detalles del día a día.
Xosé
Me parecen asombrosas las dos sinopsis de sendos relatos de Sara; la del Monstruo con hipo y la del Oso que llora. De veras que no puedo quitármelas de la cabeza. Y eso me recuerda que no hay que andarse por las ramas, y, a veces, apuntar a la esencia de lo que significa narrar.
Daniel Miñano Valero
Los niños suelen ir al meollo de las cuestiones, sin más rodeos. No es una mala actitud aunque requiere de valor aplicarla con el paso de los años.
Los niños sean de la edad que sean nos ven como portadores de todo lo "verdadero", es importante hacerles ver que pueden conseguir lo que se propongan, para ello es importante cada detalle y tratarlos como personas, no como "medias personas"...("bah! si tu eres pqueño, o joven o tal"...uf que mal ) A veces buscan a un familair cercano en el que apoyarse (por falta de otra fugura) y esperan con ansia sus comentarios, opiniones....No olvidemos lo importante que es apoyarles y otorgarles ese "espacio" que tanto necesitan.Fdo: COWCHICKEN
Publicar un comentario