su tripulación era tan brava y valiente como él.
Doscientos y más eran su buena dotación
Y tipos más valientes jamás se hicieron a la mar
Cada hombre estaba decidido a gastar su último aliento
Luchando por el valiente Capitán Death”
(Canción Inglesa Popular)
Mi madre partía todas las mañanas un limón. Lo dejaba abierto sobre la mesa de la cocina. Según iba pasando el día lo iba cortando en pequeñas rebanaditas que añadía al té que asiduamente se tomaba de una tetera siempre hirviendo en el fogón.
Hasta que nací yo, el Capitán Death tomaba el limón partido por la mañana y al anochecer sólo quedaba la cáscara arrebañadita. Desde mi nacimiento, no fue así, mi madre dice que no sólo heredé los hermosos ojos verdes del capitán Death, ella también los poseía, además heredé su espíritu.
Cuando yo preguntaba a mi madre por qué aquel limón abierto desde la mañana, ella me respondía que en una casa jamás deben faltar los limones y mucho menos uno partido en dos junto al fuego del hogar que calme la sed de las ánimas en pena. Suspiraba y con lágrimas en los ojos decía que si su padre hubiese tenido un limón abierto entre sus manos, no hubiese muerto y la vida de su madre y de sus hermanos hubiese sido mucho más dichosa.
Mi madre era la pequeña de cuatro hermanos hijos de un próspero pescador que con mucho esfuerzo había conseguido su pequeña flota pesquera. Había sido un hombre con suerte cuyas barcas ilesas salvaron tempestades y ninguno de sus marinos desapareció en temporales. Hasta que se lanzó a la mayor empresa que hasta entonces había realizado: la caza de ballenas en los mares del Norte.
A los pocos días de navegar, el escorbuto cuál navaja asesina fue acabando con todos los miembros de las tripulación de la pequeña flota, incluido el capitán Death, mi abuelo. Llegaron voces de otros marines que relataban que los restos de naves sin tripulantes vivos, las conocían como las naves “Terribles”, iban apareciendo en costas porque el mar siempre devuelve a la tierra lo que no es de él. Nadie se atrevía a acercarse a ellas por miedo a la tan extendida peste de aquellos tiempos.
Mi abuela comenzó con la costumbre de abrir un limón cada mañana. Ella decía que el Capitán Death, mi abuelo, tenía un carácter tan fuerte que el diablo podía haber acabado con su cuerpo, no con su alma que deambulaba aún por aquella casa en busca del limón que no le salvó del escorbuto. Continuaba lamentándose. Permitió que mi abuelo partiera tras estornudar en domingo cuando era bien sabido que “al que estornuda en domingo, el diablo acompaña toda la semana”.
A partir de la desaparición de mi abuelo, la vida en la familia cayó en el mayor de los desastres. Decía mi madre que el mayor manjar que se podían permitir a diario era alguna rata que sus hermanos atrapaban en los aledaños del pantano y que macerada en vinagre tenía un sabor muy similar al pollo. Otras veces había más suerte y la caza era una liebre del monte o un pato salvaje. Sin embargo, recordaba con tristeza que eran muchas las noches que salían a robar la comida que los vecinos ponían a sus canes.
En cualquiera de los casos, la abuela le enseñó a mi madre que un limón hubiese evitado todas aquellas muertes por escorbuto y se hubiese ganado la partida al diablo. Mi madre, una niña de apenas siete años, creció con la absoluta certeza de que mi abuelo nunca pudo cruzar el inmenso Océano para llegar a la otra vida. La sombra del capitán Death siguió con ellos absorbiendo el jugo del limón hasta que nací yo y se adentró en mí.
A la infancia penosa de mi madre, le sucedió una juventud triste con la muerte de mi abuela no sin antes dejarla bien casada con mi padre, un prestamista con renombre en la comarca, cuarenta años mayor que ella y del que yo apenas conservo recuerdos.
Hace muchos años que mi madre ha muerto. A pesar de ello, todos los días he encontrado un limón recién abierto en la mesa de la cocina. Hoy, soy un cuarentón que se alistó en la marina, voy a zarpar hacía los mares del Norte en misión especial. Me he levantado de la cama desvalido, como si hubiese perdido mi sombra. No había ningún limón recién abierto sobre la mesa de la cocina.
Soy el capitán Death, mi barco se llama Terrible.
6 comentarios:
Como finalmente sí acabé entre los finalistas, mi opinión sobre los relatos puede parecer sesgada, así que hasta que terminen las deriveraciones no me extenderé en comentarios.
Pero, eso sí, he de decir que me ha gustado mucho :)
Me ha encantado ¡Qué ganas de ponerme a aullar los de las botellas de ron o cien cañones por banda!
Mala
Se irán publicando en el blog todos los relatos finalistas uno a uno? Por qué uno a uno? Cambia respecto del certamen pasado.
Gracias
Manuel
Muy bueno, emotivo e inquietante.
M Carmen Guzmán
si a mi tambien me ha gustado! aunque yo prefiero aullar lo de los cañones de ron o
con cien botellas por banda
no vacia el bar si no lo seca
un cachondo borrachin xD
saludos,
GuZ
Es una historia preciosa, escrita con muy buen pulso y que exuda nostalgia. Me ha encantado.
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