domingo, 28 de diciembre de 2008

Voltereta de Miguel Martín Cruz


Una interesante reflexión sobre el tiempo y nuestras vidas.




El tiempo es como un espejo, uno de esos espejos deformantes propios de las ferias de los pueblos en el que nos miramos constantemente para adivinar el futuro e interpretar el pasado. O quizás sea como un camino, un largo camino de piedras pisoteadas en el que vamos dejando cadáveres a ambos lados del sendero. No hay como darse un paseo por los lugares habituales de la juventud para darse cuenta de ello, es como jugar a las siete diferencias en un amarillento libro de pasatiempos. Como mirar fijamente una imagen alterada de la realidad, darse cuenta de lo que fue al mismo tiempo que tú fuiste. Un simple paseo por el barrio en que pasabas horas muertas y monótonas te hacen consciente de la mortalidad que nos abraza. Haz la prueba: date un paseo por tus recuerdos, por tus locales, por tus parques, por tu colegio. Yo lo hice hace poco. La sala de recreativos en las que gastaba la paga semanal a golpe de futbolín se ha transformado en una peluquería. El bar de Isidro, aquel que vendía bocadillos de tortilla española a cien miserables pesetas, lleva más años de los que me gustaría aceptar con el cierre echado. Y la bodega Juanito, aquel lugar de reunión y botellas llenas, de planes y risas desaforadas, de pactos y amistades truncadas, de tardes muertas y botellas vacías, es ahora un triste ultramarinos.
El mundo sigue girando, moviéndose imperturbable mientras nosotros quedamos anclados en nuestras filias y fobias. Nos hacemos fuertes en ellas, imposibilitados para cambiar. No nos engañemos, tampoco queremos hacerlo. Tus grupos favoritos mueren (Arthur Lee), se disuelven (Los Enemigos) o se transforman hasta hacerse irreconocibles (Extremoduro). Cada vez hay menos clavos ardiendo a los que agarrarse. El cerco se estrecha. Tus actores míticos van cayendo (este año dos, ni más ni menos), las series con las que creciste hace tiempo que solo te producen ternura, y las sagas literarias que te acompañan desde hace años van llegando a su fin (los últimos números de La Torre Oscura siguen mirándome desafiantes desde la estantería).
No nos gusta reconocerlo, pero nos hacemos viejos. El otro día fui a nuestro bar predilecto, uno de esos con futbolín, diana y rock ochentero por santo y seña. Su nombre significaba voltereta en bable. Era nuestro garito desde hace más de cinco años, un lugar de reunión semanal, celebraciones peregrinas e incluso despedidas de año. Y digo ‘era’ con toda la intención, ya que el pasado fin de semana nos acercamos a él como tantos otros sábados para darnos de bruces con un nuevo nombre que he necesitado olvidar, un nuevo dueño y un nuevo estilo de bar. Ya no hay cerveza de grifo, ni futbolín, ni, por supuesto, ni un atisbo de rocanrol. Sigue ubicado en el mismo sitio, sigue habiendo algunos parroquianos habituales, pero ya no es el mismo lugar. Entramos, tomamos un tercio y salimos apresuradamente. Nos sentimos extraños en nuestro propio terreno, como soldados atrincherados en el bando equivocado. También algo más viejos, para que negarlo.
Si yo fuera como Loquillo le habría dedicado una canción, o incluso todo un disco, a aquel nuestro segundo hogar. Pero como no lo soy le dedico estas reflexiones, esta paja mental autocomplaciente que no tranquiliza pero consuela. Mañana, cuando se pase la resaca, estaré de mejor humor, vomitaré sobre mi melancolía y me agarraré con desesperación a los pocos clavos al rojo que van quedando. Pero la realidad seguirá ahí delante aunque no quiera verla. Todo, más tarde o más temprano, muere. O lo que quizás me asuste más: Todo, más tarde o más temprano, cambia. Y tal y como cantaba Rosendo en aquella vieja canción: ‘Sé que no existe el infierno. Qué desilusión’.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya que tienes razón Miguel, a mi me pasa en bastantes ocasiones lo que a ti, pero me he adaptado y encuentro sitios nuevos que van "creciendo" conmigo, gente nueva también pk a veces también la gente "cambia".Me aferro al presente, quizás ese sea el truco.
Todo caso !!"dita sea"!! quién pudiera para el tiempo.
Fdo: Vaca vs pollo

Anónimo dijo...

El tiempo se burla de todos nosotros, va en nuestra contra, es una irremediable lucha absurda.
Vivimos anestesiados (temporalmente) y cuando despertamos del letargo miramos hacia algun lado de esos,que se suele decir, y vemos que las horas han pasado sin nisiquiera saborearlas. Esa es la realidad,que es la unica que presume de darnos una bofetada en la cara.
Basicamente eso es el tiempo.

Anónimo dijo...

Lo has clavado, amigo.
M Carmen Guzmán