sábado, 17 de enero de 2009

EL Viaje de Friolero


Entre fríos y gripes (la de mi hija) estoy con el indicador de ganas de hacer algo a cero, así que la entrada de hoy y para el fin de semana es una historia de Friolero. Espero que os guste.


El Viaje de Friolero




Sarah tiene una idea

Cada mañana los primeros rayos de sol le despiertan, porque la cueva en que vive mira a levante que es por donde asoma el sol echando a la oscuridad de la noche.
El gigante se estira y despereza con los ojos aun cerrados. No quiere despertar todavía, ha tenido un sueño estupendo y quiere alargarlo un poco más.
Está disfrutando del calorcillo de ese primer sol, cuando oye un ruido que le hace abrir los ojos. Ahí, mirándole fijamente, está Sarah, una de sus primeras amigas. Al verlo despierto, la niña sonríe.
—Estás despierto. ¡Qué bien!—, se alegra dando palmas. —¿No te habré despertado yo?
—No, tranquila—. Friolero le acaricia la cabeza con su enorme manaza. —Ya es hora de que me levante.
El gigante agradece la visita de Sarah. Ya no es el gigante solitario, desde luego que no. Recibe muchas visitas y él también baja mucho al pueblo, pero sus favoritos, sus mejores amigos, son los niños que consiguieron que nunca más pasara frío y, entre esos niños, tiene especial afecto a Sarah.
—¿Te apetece un vaso de leche?—, le pregunta a la niña, mientras se sirve un vaso enorme de una gigantesca jarra.
—Es buena para crecer—. Se ríe cuando lo dice ¡Cómo si él tuviera que crecer!
—No gracias, ya he desayunado.
Es cierto, Sarah se ha levantado muy temprano y, nada más desayunar, ha ido corriendo a ver a su amigo. Friolero nota que la niña está callada, anda pensativa y bastante seria.
—¿Qué pasa Sarah? ¿Qué te preocupa?
Agacha el rostro para verla más de cerca.
—¿Te ha dado alguien un disgusto?—, le pregunta y hace como que está muy enfadado. —¡Dime quién ha sido que me lo como con patatas!
Sarah rompe a reír.
—No gigante tontorrón, nadie me ha disgustado.
Friolero la coge y la tira al aire mientras ella ríe sin parar.
—¡Que nadie se atreva a disgustarte o el terrible gigante se enfurecerá!
Sarah sabe muy bien que Friolero es incapaz de hacerle daño a nadie, es tan bueno como grande.
—¿Qué te preocupa entonces?—, le pregunta al fin, dejándola en el suelo.
—Pues me preocupa tu nombre— le contesta muy seria Sarah. —Todo el mundo te llama Friolero, pero eso era antes, cuando nadie te quería.
—Vaya, tienes razón—, comenta el gigante, pensativo. —No lo había pensado.
—He preguntado a mis papás. Dicen que debes tener un nombre de verdad. Que tus papás debieron darte uno.
Friolero se pone serio. Casi no recuerda a sus padres, hace mucho que le dejaron solo. Al pensarlo, se pone un poco triste. Sarah que no soporta que alguien esté triste y menos aun, el gigante al que tanto quiere, le coge de la mano.
—Venga, no te pongas así, lo que tenemos que hacer es buscar a tus papás.
Friolero la mira sorprendido.
—¿A mis papás? No tengo ni idea de dónde pueden estar.
—Ya lo sé grandullón y yo sé quién nos puede ayudar.
—¿Ah sí? ¿Quién?
—Pues el señor Rey. Todo el mundo dice que es el hombre más sabio que existe.
—¿El señor Rey? ¿Y quién es ése?
Sarah le mira sorprendida, ha olvidado que hasta ese verano, Friolero vivía solo en su cueva y hay muchas cosas que ignora sobre el mundo exterior.
—El Rey es un señor que cuida de toda la gente. Nos protege y ayuda cuando lo necesitamos—. Ella le está contando lo que ha aprendido en la escuela.
—Vaya que persona tan importante—, comenta Friolero mientras caminan hacia el río Bravo.
Friolero se pega un buen chapuzón todas las mañanas, no como antes que sólo se acercaba al agua cuando tenía sed. Todavía no lleva mucha agua el río, porque el Verano de la Sequía lo había dejado seco, pero ya han empezado las lluvias y al gigante le encanta refrescarse para empezar el día.
Sarah se baña con el gigante y pronto aparecen más niños, todos los que conocieron a Friolero acuden entre grandes gritos y risotadas: Genaro, Pelayo, Silvia y Arturo. Juegan en el agua salpicándose y Friolero los lanza al aire, con mucho cuidado eso sí, y caen al agua chillando de la emoción.
Al cabo de un buen rato, están tumbados en el suelo secándose al sol. Sarah aprovecha para contarles a los demás la idea que ha tenido. A todos les parece una ocurrencia estupenda.
—El Rey lo sabe todo— afirma Pelayo. —Me lo ha dicho mi papá.
—Seguro que sabe dónde están tus padres— comenta Silvia muy convencida.
—¡Cuánto antes vayamos a verle, mejor!—, exclama Friolero entusiasmado. —¿En qué casa vive el Rey?
Los niños se miran perplejos. ¡No se les ha ocurrido pensar en eso!
—Yo he oído que vive en un palacio— dice Genaro. —Vive en un gran palacio con un montón de gente.
—¿En un palacio? ¿Qué es eso?—, pregunta Friolero.
—Un palacio es una casa enorme—, explica Arturo. —La casa más grande del mundo, más grande que tu cueva.
—No recuerdo haber visto una casa tan grande en el pueblo.
Los niños ríen divertidos.
—No vive en el pueblo—, le aclara Pelayo. —Vive en un sitio que llaman Capital y que debe estar muy, muy lejos de aquí.
—El maestro estuvo una vez— dice Sarah recordando de pronto. —Dice que nunca había visto tanta gente junta y que el palacio es enorme y precioso.
—Es verdad—, interviene Silvia. —Vio al Rey y todo. Nos contó que la gente hacía cola para hablar con él. Dice que es muy serio y que impresiona mucho.
—Ya sé lo que podemos hacer—, salta Pelayo. —Vamos a hablar con el maestro. Él nos dirá cómo llegar al palacio del Rey.
Dicho y hecho, no hay tiempo que perder, así que echan todos a caminar hacia el pueblo. ¡Qué idea tan maravillosa! Friolero conocerá a sus padres y entonces sabrá cómo se llama de verdad.



Rodrigo: El Señor Maestro

El maestro se llama Rodrigo, aunque todos le llaman señor Maestro. Es un hombre mayor con una barba gris y anteojos que le dan un aspecto muy serio y formal. En estos momentos está sentado en su casa, trabajando con muchos papeles. Pronto empezarán las clases y tiene que prepararlo todo. Le gustan mucho los niños, aunque él no tenga hijos ya que nunca se ha casado, y disfruta enseñándoles a leer, escribir, hacer sumas y un montón de cosas más.
A pesar de estar concentrado preparando las clases de matemáticas, no deja de oír una gran algarabía en la calle. Se pone de pie llevando la mano a la nuca, le duele de tanto tener la cabeza inclinada. Decide tomar un descanso, así que sale a la puerta a ver quién arma tanto jaleo. Está seguro de que son alumnos suyos metidos en algún juego ruidoso y le apetece saludarles.
Al abrir la puerta de la calle, se lleva una sorpresa pues sólo alcanza a ver dos enormes piernas, tan anchas como columnas, ahí plantadas delante de su casa. Al levantar la vista, distingue el rostro de Friolero que le mira sonriente.
—¡Vaya que sorpresa tan agradable!—, exclama complacido. —Nuestro buen gigante y veo que vienes bien acompañado—, añade al ver a los niños asomando por detrás de Friolero. –Os invitaría a pasar, pero mucho me temo que mis techos no estén preparados para uno de tu tamaño, mi buen amigo. De todos modos, podemos sentarnos aquí fuera y disfrutar de una estupenda limonada ¿Qué os parece?
Les falta tiempo a todos para aceptar. El sol empieza a apretar y la idea de una limonada fresquita es acogida con entusiasmo.
Rodrigo pide a Melibea, su ama de llaves, que prepare una buena cantidad de bebida porque tiene invitados y cuando todos tienen su vaso, a Friolero se la han servido en un barril grandote, el maestro les pregunta que puede hacer por ellos.
—Queremos que nos presente al Rey— suelta Sarah de golpe. —Friolero necesita un nombre—, añade al ver la cara de asombro del señor Maestro.
—No entiendo—, responde Rodrigo extrañado.— ¿Qué tiene que ver el Rey en todo esto?
Sarah explica la idea que han tenido. El señor Maestro asiente, ahora ya entiende.
—Así que quieres conocer a tus padres—, le dice a Friolero.
—Sí, hace mucho que se marcharon y Sarah dice que el Rey lo sabe todo. Me encantaría reunirme con ellos—. Friolero mira al maestro con expresión anhelante. —¿Me llevará con el Rey?
—A todos— interviene Silvia. —Queremos ir todos.
Lo han hablado por el camino, no van a dejar solo a su amigo. Además, conocer al Rey sería estupendo.
—Nos contó que el Rey es un hombre muy sabio, señor Maestro—, insiste Genaro al ver que Rodrigo no dice nada. —Si alguien puede ayudar a Friolero, es él.
—Sí, indudablemente es así—, contesta el maestro. –Sin embargo, no es tan fácil. La capital está lejos.
—¿Veis?—, exclama Pelayo. —Ya os dije que vivía en un sitio llamado Capital.
Rodrigo sonríe divertido. –No, Pelayo, no se llama Capital. Es una ciudad llamada Barataria y, al vivir allí el Rey, es la capital del reino. Eso quiere decir que es la ciudad más importante de todas.
—¡Ah!— exclaman los niños. Uno siempre aprende cosas con el maestro cerca.
—De todos modos, ya os digo que está muy lejos y el camino es peligroso.
—No pasa nada— interviene Arturo, —él estará con nosotros—. Le da una palmada amistosa a Friolero. —Con él estaremos seguros, y podría venir con nosotros también—, añade dirigiéndose a Rodrigo.—Nos gustaría mucho.
Rodrigo queda pensativo. ¿Por qué no?, reflexiona. Le apetece mucho volver a la capital. Cuando él fue hace muchos años, tuvo que esperar un montón de tiempo para que lo recibieran en el palacio. En esta ocasión con el gigante acompañándolos, seguro que el Rey aceptaría verles enseguida.
—De acuerdo— les dice a los niños que dan palmas de alegría. —Hablaré con vuestros padres. Saldremos en un par de días.
Cuesta un poco convencer a los padres de los niños para que les dejen marchar a Barataria, aunque al final ceden al ver quienes les acompañarán: el buen gigante que ha ganado su confianza y el señor Maestro al que todos aprecian y respetan.
Queda el asunto del transporte, no hay carromato en el pueblo en que quepa Friolero, pero el gigante les dice que a él no le importa caminar. Basta entonces con encontrar acomodo para los cinco niños y el maestro.
Parten por fin entre los adióses de los padres y los consejos de última hora de las madres. Ya se sabe que las madres tienen un saco en el que guardan consejos y advertencias para toda una vida.
El pueblo entero ha salido a despedirles y se alejan entre una gran algarabía.


Viaje A Barataria

Nada ocurre durante los primeros días de viaje, la emoción de dormir fuera de casa pronto se convierte en rutina y alguno de los niños hasta añora en secreto, su cómoda y blanda cama, ahora que duermen sobre el duro suelo.
Rodrigo les entretiene señalando los animales que encuentran por el camino, les cuenta como se llaman y cuáles son sus costumbres. Hasta de la serpiente les habla bien ante el asombro de los niños que la toman por el mismísimo demonio.
—Es un ser vivo, niños—, les explica con paciencia. –Quizás os parezca terrible por su aspecto, sin embargo sólo busca sobrevivir igual que cualquier otro animal. Si no la molestáis, ella no os atacará jamás.
Friolero asiente, él sabe de serpientes que viven cerca de su cueva. —Se ocupan de sus asuntos y yo de los míos. Nunca hemos tenido problemas.
Cuando anochece el sexto día, los niños se preparan para dormir con nerviosismo, Rodrigo les ha dicho que mañana llegarán a Barataria. ¡¡Van a conocer al Rey en persona!! Andan cuchicheando cuando Friolero les hace callar.
—He oído algo, parecen gritos—. Es cierto, todos escuchan lo que parece un tumulto más allá de una pequeña colina que tienen delante. Rodrigo les pide que no hagan ruido porque hay muchos bandidos en esa zona que se dedican a asaltar a los viajeros.
—¿Asaltar?—, pregunta asombrado Friolero.
—Sí amigo mío— responde el maestro. —Roban a las gentes.
—Eso no lo puedo permitir— exclama enfadado Friolero y echa a correr antes de que nadie pueda impedirlo.
Los niños corren tras el gigante y Rodrigo, que intenta en vano detenerles, monta en el carro y arrea a las mulas para llegar cuanto antes. Entre unas cosas y otras, los niños que atajan a campo traviesa, llegan a la vez que el carromato.
Friolero está gritando furioso: —¡Y no volváis nunca!—. A lo lejos distinguen un grupo de hombres que se pierden a caballo entre las sombras. Junto a un pequeño fuego hay dos figuras inmóviles. Los niños se detienen asustados: ¿Estarán muertos?
Rodrigo se agacha junto a las figuras y después de tomarles el pulso, tranquiliza a los niños: —Están bien, tienen dos buenos chichones, pero están bien.
Friolero todavía está indignado.—Vi como les pegaban, no sé que querían hacerles luego porque al verme echaron a correr.
—Querrían robarles— dice Sarah. —¿Verdad señor Maestro? Los bandidos roban a las personas.
—Sí, así es. Vaya parece que recuperan el sentido.
Los niños se acercan despacito, no quieren molestar a esas personas que lo han pasado tan mal.
—¿Qué ha ocurrido? ¡Dios mío! ¡Un monstruo!—. Es una señora mayor muy emperifollada y cuando ve a Friolero, vuelve a desmayarse.
—No es un monstruo—, se indigna Silvia.
—Tranquilos niños, acaban de llevarse un buen susto y tenéis que admitir que Friolero es muy grandote.
—¿Quién es Friolero?—. Con la señora mayor va una chica muy joven. Pelayo, Genaro y Arturo se miran boquiabiertos ¡Es una chica muy bonita!
—Yo soy Friolero y no soy un monstruo.
—Ya sé que no lo eres, vi como hacías huir a los bandidos antes de desmayarme—. La chica se levanta y tiende su mano hacia el gigante. —Quisiera darte las gracias por salvar nuestras vidas.
Friolero se aturulla un poquito y le dice que no es nada, que está encantado de haberles ayudado.
—¿Os han robado algo?— pregunta Rodrigo.
—Creo que no—, responde la chica mirando a su alrededor. –Todas nuestras bolsas están aquí y... ¡Ay!
—¿Qué ocurre? ¿Te duele algo?— pregunta enseguida Friolero.
—Los caballos, nos han robado los caballos.
—¡¡Los caballos!!—. La señora mayor se ha despertado otra vez y al oír a la más joven se lleva un disgusto. —¿Qué haremos?—. De pronto vuelve a ver a Friolero y está a punto de gritar. —Es un amigo, Rogelia—, dice la chica. —Nos ha salvado la vida.
Rogelia mira con desconfianza al gigante aunque no dice nada.
—Podéis venir con nosotros— dice de pronto Sarah. –aunque vayamos un poco apretados, nos podemos apañar.
—¿Adónde os dirigís?— pregunta la joven.
—Vamos a la capital—, responde Arturo. —A ver al Rey.
—¿Al Rey?
—Sí, necesito que me diga dónde están mis padres.
—Bueno, nosotras también vamos a Barataria, si tenéis la bondad de llevarnos, os quedaremos eternamente agradecidas.
Los niños corren a cargar las bolsas de Rogelia y la joven. Mientras, Rodrigo muy galante, las ayuda a subir al carromato.
La joven se presenta, ella se llama Violeta y Rogelia es su tía. Viajan a Barataria desde una ciudad cercana y tenían previsto llegar antes de que anocheciera, entonces uno de los caballos perdió una herradura y tuvieron que ir más despacio.
—Tuvimos que detenernos a dormir y fue entonces cuando nos asaltaron esos rufianes. Gracias al buen Friolero podemos contarlo. Te quedo muy agradecida—, le dice sonriendo al gigante.
Deciden ponerse en marcha, no vayan a aparecer más bandidos. Hacen el resto del camino en silencio, los niños se han dormido y Rogelia va dando cabezadas. Todos se sienten seguros con la sombra inmensa de Friolero caminando a su lado.


Leocadio, El Rey

Ya amanece cuando distinguen a lo lejos una gran cantidad de casas y por encima de los tejados de todas ellas, un gran palacio blanco que se alza espléndido.
— Barataria, ya hemos llegado—, anuncia Violeta.
Todos están despiertos y admiran la visión de la capital. Pronto entran en sus calles, todavía desiertas. Es domingo y las gentes duermen hasta tarde. Violeta y Rogelia se despiden de ellos dándoles las gracias de nuevo.
—Si alguna necesitáis de mi ayuda, preguntad por Violeta de Robledo. Aquí soy conocida y acudiré encantada.
El carromato se dirige hacia el palacio, están todos muy nerviosos ¡Van a conocer al Rey por fin!
—¡Cuántas casas!— exclama Sarah.
—Sí y que juntas las unas a las otras— comenta Pelayo.
Es cierto las casas están tan arrimadas que apenas queda espacio entre ellas. Cuanto más se aproximan al palacio más unidas están las viviendas.
—A las gentes les gusta estar cerca del palacio—, comenta Rodrigo.
—Pues el palacio está rodeado de un muro bastante alto— dice Friolero que lo ve mejor que nadie. —¿Al Rey no le gusta que la gente esté cerca de él?
—No, no es por eso. El muro está para protegerle.
—¿Protegerle de quién?— pregunta Genaro extrañado. ¿Quién querría hacerle daño al Rey?
—De sus enemigos—, le responde el maestro. —Los reyes tienen muchos enemigos.
—No lo comprendo— se extraña Friolero. —Si el Rey es tan sabio y bueno con todo el mundo, ¿cómo es que tiene enemigos?
—Siempre hay gente mala a la que le gustaría robarle sus tesoros. Por eso tiene que protegerlos.
—¿Bandidos como los del camino?— pregunta Sarah.
—Eso es, bandidos.
—No lo entiendo— insiste extrañado el gigante. —Esos bandidos también pueden robar a la gente en sus casas y ellos no tienen muros.
—Bueno, cada uno protege su casa igual que hacemos en el pueblo.
Friolero queda pensativo, decide no seguir preguntando aunque no acaba de entender por qué el Rey tiene un muro y los demás no.
Conforme van acercándose al palacio, observan un gran revuelo en la entrada. Hay mucha gente corriendo de un lado para otro y parecen que estén cerrando las puertas a toda prisa.
—Corramos— les urge Friolero. —Van a cerrar las puertas y no podremos entrar.
—¡No! ¡No hagas eso, Friolero!—. El aviso de Rodrigo es en vano, el gigante ya está corriendo a grandes zancadas hacia las puertas. Cuando la gente del palacio le ve venir, se marchan todos dando grandes gritos.
—¿Qué pasa? ¿Por qué huyen?
—Están asustados Sarah. Probablemente nunca hayan visto a alguien tan grande como nuestro amigo—, contesta Rodrigo. —Tenemos que darnos prisa o tendremos problemas.
El maestro arrea a las mulas para que se apresuren, sabe que la gente que ha visto a lo lejos son los soldados que protegen al Rey. Los soldados tienen armas y podrían hacerle daño al gigante.
Friolero llega tarde a las puertas, las han cerrado y por encima de ellas, asomados a las almenas distingue gente que le espía.
—Buenos días— les saluda. —Queremos ver al Rey, ¿podéis abrir las puertas?
Los soldados se miran sorprendidos, esperaban que el gigante rugiese de rabia o les amenazara.
—¿Qué quieres del Rey, monstruo?—, le pregunta uno. Es el comandante de los soldados, un señor con aspecto muy altivo.
—No soy un monstruo— contesta Friolero indignado, soy un gigante y quiero ver al Rey porque tengo que hacerle una pregunta—. Luego cruza los brazos y les mira furioso ¡Mira que llamarle monstruo!
El comandante asustado al ver que Friolero se ha enfadado, ordena a sus hombres que saquen los arcos y a punto están de lanzarle flechas a Friolero, que les mira sin comprender lo que sucede, cuando llega el carromato con los niños y el señor Maestro.
—¡NO DISPARÉIS!—, gritan los niños. –NO QUIERE HACER DAÑO A NADIE.
Bajan corriendo del carro y se abrazan a las piernas del gigante.
Los soldados no saben qué hacer y miran al comandante. Wenceslao, que es el nombre del comandante, también se ha quedado sin habla. Si disparan pueden herir a los niños.
—Señores, por favor bajen sus armas, el gigante no les hará daño alguno—. Es Rodrigo quien habla y al observar su aspecto tan respetable, Wenceslao ordena a sus hombres que bajen los arcos.
—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis de Su Majestad?
—Venimos a solicitar su favor—contesta Rodrigo.
—¿Su favor? Pues anda ahora muy ocupado, no creo que pueda recibiros.
—Esperaremos— declara Sarah muy decidida. —Venimos de muy lejos y no nos marcharemos sin hablar con el Rey.
—Preguntad a Su Majestad, os lo ruego— les pide el maestro. —Nada perdéis con hacerlo—, añade.
Wenceslao los mira mientras se acaricia la barba y al final accede, pero antes indica a sus hombres que no los pierdan de vista.
—No os mováis— les grita a nuestros amigos. –Enseguida vuelvo.
Wenceslao no vuelve enseguida, de hecho tarda bastante y las primeras gentes ya asoman por las puertas de sus casas para quedar asombrados ante la visión de Friolero. Al verlo rodeado de niños y hablando con ellos como si tal cosa, se dan cuenta que no puede ser malo. Así que para cuando vuelve Wenceslao, ya hay un buen grupo de gente escuchando a los niños contar la historia de cuando Friolero era un gigante solitario. ¡Hasta los soldados se inclinan desde las almenas para oírles!
Cuando llega el comandante, riñe a los soldados por distraerse de esa manera. Luego grita a los que están abajo: —¡A ver el grandullón y los que van con él! ¿Me oís?
—Sí— responden los niños y Friolero a la vez. —¿Qué ha dicho el Rey?
Todo el mundo queda en silencio, ya saben el motivo de la visita de Friolero y quieren saber lo que va a responder el Rey.
—Su Majestad, Leocadio el Prudente....
—¿Cómo?—, exclama Rodrigo interrumpiendo al comandante. —¿Qué ha ocurrido con Guillermo el Bravo? Es él con quién hablé cuando estuve en palacio.
—Guillermo el Bravo falleció hace un año—, responde Wenceslao un poco fastidiado por la interrupción—. Ahora es su sobrino Leocadio nuestro Rey.
—No conozco a este Leocadio— susurra a los niños el señor Maestro. –Su tío era un buen Rey, todos le querían, pero de éste no sé qué decir.
—El Rey quiere saber qué le habéis traído— les dice por fin Wenceslao.
Los niños, Friolero y Rodrigo se miran unos a otros, no se les ha ocurrido traer nada.
—Hemos traído a Friolero para que lo conozca el Rey— responde Sarah.
¡Vaya un Rey!, piensa enfadada. Cómo si ellos supieran qué le puede gustar a alguien que lo tiene todo.
—En ese caso, tengo que comunicaros que Su Majestad no recibe visitas los domingos. Tendréis que volver mañana y hacer cola como todos los que desean ser recibidos.
—Comandante, venimos de muy lejos—, le dice Rodrigo, sin embargo Wenceslao ya le ha dado la espalda para marcharse.
Entonces se oye un gran murmullo entre la gente que ha ido acudiendo al palacio para conocer a Friolero. Pronto se abre un pasillo por el que caminan dos personas. Los murmullos son de admiración y los niños que al principio están en silencio, de pronto dan un grito de alegría ¡Son sus amigas del camino! En efecto, Rogelia y Violeta se dirigen hacia ellos con una gran sonrisa.
Wenceslao que se ha detenido al oír los gritos de los niños abre tanto los ojos que parece un sapo.
—Doña Violeta de Robledo, ¿conocéis a estas personas?—, pregunta nervioso.
—Son amigos míos— declara Violeta con voz clara. –Desearía ver a Su Majestad y ellos me acompañarán.
Las puertas se abren como por arte magia y una escolta de soldados muy tiesos les acompaña a todos hasta la puerta de palacio.
¡Por fin van a conocer al Rey!
Cuando llegan a la sala de audiencias del palacio, encuentran un montón de gente esperándoles con gran curiosidad, sobre todo por el gigante que ha de agachar la cabeza para no tropezar con las lámparas del techo ¡Y eso que los techos del palacio son altísimos!
Al fondo de la sala, sentado sobre un sillón enorme está el Rey.
—Eso es el trono—, les susurra Rodrigo a los niños y a Friolero.
Leocadio es muy alto, flaco y de piel blanquísima. Está sentado y con expresión ansiosa pero no es por ellos porque, a pesar de que Friolero llama su atención, es a Violeta a quien no deja de mirar.
Rogelia les ha contado camino al palacio que el Rey está empeñado en casarse con Violeta y que ella no quiere, tiene un enamorado con el que sí quiere casarse, pero Leocadio no acepta ese matrimonio por eso Violeta ha de ver a su novio a escondidas. Precisamente venían de verle cuando les asaltaron los bandidos. Rogelia les ha pedido que no comenten nada acerca de su encuentro en el camino, si el Rey se enterase de las visitas secretas de Violeta, se enfadaría muchísimo.
—Su tío, Guillermo el Bravo, era un buen hombre—, comenta Rodrigo sorprendido. –Él jamás hubiera obligado a nadie a casarse con él.
—Está claro que no todos los reyes son tan sabios y buenos como creíamos.
El comentario viene de Friolero y sorprende a Rodrigo. —Esa es una gran verdad—, le dice al gigante. —Y con éste Leocadio habremos de andar con tiento.
Ya están cerca del trono y siguiendo el ejemplo de Rogelia, hacen todos unas reverencias al Rey. Todos menos Violeta, ella está muy erguida y mira a los ojos a Leocadio. A éste no parece importarle, va hacia ella con las manos tendidas.
—Violeta, qué dicha contemplar tu hermosura.
—Qué cursi— susurra Sarah. Los demás niños ríen su ocurrencia. Rodrigo les hace callar con una severa mirada.
—Y traéis compañía— sigue el Rey mirando a los niños y sobre todo, al gigante. —¿Son artistas de circo? ¿Qué sabéis hacer?— pregunta dirigiéndose a Rodrigo a quien toma por el jefe del grupo.
—Lamento desengañaros Majestad—, responde Rodrigo. —No somos más que unos humildes súbditos de Su Majestad que vienen a solicitar su favor.
—¿Humildes decís?— ríe Leocadio. –No creo que este ogro sea precisamente humilde.
Todos los que rodean al Rey ríen con él. Los niños y Friolero se miran entre ellos ¿De qué se ríen?
—No es un ogro— declara Sarah enfadada. —Es un gigante y es nuestro mejor amigo.
Leocadio la mira con desdén, no le gusta que le lleven la contraria y menos una mocosa como Sarah.
—Majestad, son amigos míos y han venido a solicitaros algo. Consideraría un favor personal que sean atendidos—. Violeta sigue mirando a los ojos al Rey. Cualquiera nota que no siente el más mínimo respeto por Leocadio, pero está en deuda con Friolero por salvarle la vida y quiere ayudarle.
—Viniendo de ti mi querida Violeta, atenderé sus súplicas ahora mismo—. Vuelve su rostro hacia Friolero y sus amigos y con un ademán les indica que hablen. Al señor Maestro le hubiera gustado hablar sin embargo, Friolero se adelanta.
—No venimos a suplicar señor Rey. Sólo a hacer una pregunta, me han dicho que sois la persona más sabia del mundo y que podéis decirme dónde están mis padres.
Leocadio está a punto de responderle que él no sabe nada de sus padres y que tampoco le importan cuando uno de sus ministros se acerca deprisa y le susurra algo al oído. Leocadio sonríe y luego asiente con la cabeza.
Rogelia les comenta en voz baja que el ministro se llama Taimado y que no es de fiar.
Al cabo de un rato, Taimado se vuelve con una gran sonrisa hacia Friolero.
—Su Majestad obviamente conoce el paradero de tus padres, amigo gigante.
—¿Y dónde está Paradero?— interrumpe Friolero algo confuso.
—¿Te burlas de mí?— Taimado ya no sonríe.
—No, no se burla os lo aseguro—, interviene presuroso Rodrigo. –En realidad y a pesar de lo grande que es, nuestro amigo Friolero es como un niño.
—¿Friolero? ¿Es ese tu nombre?—, pregunta Taimado entre las risitas de los cortesanos.
—Ese es el problema, que no sabemos su nombre por eso quiere encontrar a sus padres—, le explica Rodrigo algo irritado. No le gusta que se rían de su amigo.
—Si sabéis dónde están, tenéis que decirlo. Y mi papá dice que no es educado reírse de las personas—. Sarah está harta. No le gusta el Rey y menos aún ese Taimado.
Todos quedan boquiabiertos, ¡Nadie se atreve a hablarle así al Rey o a sus ministros!
—Leocadio, te agradecería que si puedes les ayudases y si no puedes, que les dejes marchar en paz—. Violeta también está enfadada y todos aguantan la respiración, no saben cuál va a ser la reacción del Rey.
—Mi querida Violeta—dice al fin el Rey rompiendo el silencio. –Claro que le ayudaré. Sé dónde están sus padres. Son prisioneros en el País de los Bárbaros.
Se oye un gran ¡OOOOOH! en toda la sala ¡Los bárbaros del norte! ¡Esas gentes tan horribles que amenazan con invadir el Reino! Todo esto lo explica Rogelia en susurros a los niños y a Rodrigo. Friolero no lo oye.
—¿Prisioneros? ¿Qué es eso...?.
—Los tienen encerrados en jaulas— se adelanta Taimado. –Los bárbaros los capturaron y los exhiben como si fueran monstruos.
—¿Cómo se atreven?— pregunta Friolero entristecido.— ¿Por qué lo hacen?
Taimado encoge los hombros. —Son bárbaros. Nos gustaría ayudarte más mucho nos tememos que sea imposible.
—Leocadio, si puedes ayudar a estas buenas gentes yo, yo... — Violeta hace un esfuerzo y recuerda que Friolero le salvó la vida. –Yo tomaría en consideración tu propuesta de matrimonio.
Rogelia se echa la mano a la boca horrorizada, —Niña, no lo hagas—, le susurra con urgencia. Violeta la aparta suavemente con la mano. —¿Qué me contestas Leocadio?
El Rey tiene que aguantar la risa. ¡Qué oportuna ha sido la visita de ese estúpido gigante y sus amigos! Al principio no pensaba ayudarles, no tiene ni idea de dónde pueden estar los padres de Friolero, fue entonces cuando Taimado le dio una excelente idea: Si hacen creer al gigante que los bárbaros tienen prisioneros a sus padres, no dudaría en dirigirse hacia allá encabezando las tropas del Rey. Con semejante aliado, Leocadio podría conquistar todas las tierras del norte. Y para culminar su buena suerte, Violeta se ofrecía a casarse con él si les ayudaba. A punto está de ponerse a saltar de alegría.
—De acuerdo, que se preparen las tropas para partir de inmediato. Cuando alcancemos la victoria y liberemos a los padres del gigante, celebraré mi boda con Violeta.
Todo es alegría y alboroto en el palacio, todo menos Violeta que marcha deprisa sin poder contener las lágrimas, acompañada de Rogelia que intenta consolarla.
Friolero tampoco está demasiado contento, hay algo que no acaba de gustarle. Desde luego el Rey no le es nada simpático.
Más tarde habla con los niños y Rodrigo.
—Iré con ellos y rescataré a mis papás—, les dice muy decidido. –Y a mi vuelta, arreglaré este asunto de Violeta y Leocadio.
Rodrigo le advierte que tenga mucho cuidado que él tampoco se fía del Rey ni de Taimado. Los niños por su parte, lloran cuando se dan cuenta de que no podrán acompañar a su amigo.
—Habrá lucha y mucho peligro. Será como con los bandidos o incluso peor—, les dice Friolero.
Sarah es la única que no dice nada, está callada, y eso preocupa a Friolero.
Al fin deciden ir a dormir, las tropas estarán listas al amanecer y tendrán que madrugar, Friolero para marcharse y los niños y el maestro porque quieren despedirse. Les han preparado unas espléndidas habitaciones en el palacio y para Friolero que es demasiado grande para cualquier habitación, hay un establo con un montón de paja que le servirá de cama.
El gigante tarda mucho en dormirse a pesar de lo cansado que está. Hasta entonces sólo había conocido a los niños y la gente del pueblo, con ninguno ha tenido problemas y siempre se han entendido bien. Con esta gente de la capital sin embargo, tiene la misma sensación que con ciertas cuevas que hay en las montañas: uno nunca sabe realmente lo que hay dentro.


Viaje al País de Los Bárbaros
Hace poco que ha amanecido y las tropas con muchos hombres a caballo y otros a pie, relucen bajo los primeros rayos del sol. Llevan armaduras, espadas y escudos y está todo tan brillante que parecen espejos.
Por delante del ejército, cabalgan Leocadio y Taimado que hablan entre si en susurros todo el rato. Las gentes de Barataria abarrotan las calles y les desean buena suerte.
Friolero anda de un lado para otro despidiéndose de todo el mundo, en especial de los niños, el señor Maestro y sus nuevas amigas: Violeta y Rogelia. Hay una persona de quien no ha podido despedirse, Sarah no aparece por ningún lado. Rodrigo le dice que no se preocupe, que estará enfadada por no poder acompañarle, que ya se le pasará.
Las primeras horas del camino transcurren sin que ocurra nada especial, y cuando llegan al País de los Bárbaros, sólo alcanzan a ver a algunos campesinos a lo lejos que huyen en cuanto divisan al ejército con el enorme gigante al frente.
— Eso es porque saben que vienes a buscar a tus padres—, le dice Taimado a Friolero. –Temen tu venganza.
—¿Mi venganza? Yo sólo quiero que dejen volver a mis padres conmigo a casa, no quiero vengarme de nadie.
–Tienes que tener en cuenta que ellos nos van a atacar porque no quieren dejarles libres.
Friolero no contesta, queda en silencio y con la mirada llena de preocupación. No le gusta la idea de tener que pelear
—¿Crees que tu plan funcionará?— susurra Leocadio a Taimado.
—Seguro, cuando vean al gigante nos atacarán y entonces él se defenderá. Nosotros sólo tenemos que ponernos detrás de él y aunque acaben matándolo, seguro que antes habrá acabado con un montón de enemigos. Será fácil vencerles.
Leocadio se frota las manos, conquistará las ricas tierras del norte y Violeta será su esposa ¿Qué más puede pedir?
Anochece cuando las tropas se detienen para descansar.
—¿Falta mucho?—, pregunta Friolero a Taimado.
—No falta nada amigo mío. Mañana llegaremos a las primeras aldeas y las conquistaremos.
—¿Por qué? ¿Están ahí mis padres?
—No creo que estén allí, deben tenerlos en Avalon su capital, pero si no les atacamos, nos atacarán ellos. Los bárbaros son como animales, bestias sin corazón.
Friolero se acuesta con un peso en el pecho, a pesar de estar rodeado de mucha gente, se siente terriblemente solo, más aun que cuando vivía solo en su cueva. Echa mucho de menos a sus amigos.
Ya está medio dormido, cuando oye un pequeño ruido. A punto está de pegar un salto para dar la alarma creyendo que son los bárbaros, aunque se detiene cuando ve quién está a su lado: Sarah le mira con los ojos muy abiertos y llevándose un dedo a los labios.
—Shhh. No hagas ruido.
Friolero no puede evitar una sonrisa, ver a su amiga le llena de alegría. Luego se pone serio porque van a una guerra y ese no es sitio para una niña.
—¿Qué haces aquí?—, la riñe en voz bajita. Sarah menea la cabeza pidiéndole que no hable y, le indica con gestos que la siga. Con mucho cuidado de no despertar a nadie, Friolero va con ella hasta unos árboles donde nadie los puede ver desde el campamento.
—¿Qué haces aquí Sarah? Esto es muy peligroso.
—¡Qué va tontorrón!—, ríe la niña dándole un abrazo. –Yo contigo no le tengo miedo a nada.
—Sarah, tienes que volver con los demás. Estarán muertos de preocupación.
—Les he dejado una nota diciéndoles que me venía contigo. Luego me he escondido en el carro de los víveres. No me ha visto nadie.
—Eso da igual, tienes que marcharte.
—No pienso hacerlo. He venido para avisarte.
—¿Avisarme de qué?
—Te están engañando. No me gustan nada ni el Rey ni ese Taimado.
—A mí tampoco me gustan Sarah, pero van a llevarme con mis papás. Además, hay que darles una lección a los bárbaros, son peores que animales, me lo ha dicho Taimado.
—Ya te he dicho que no me fío de él. He oído que hay una aldea cerca de aquí, si me coges a hombros podemos ir hasta allí y ver cómo son de verdad esos bárbaros. Estaríamos de vuelta antes del amanecer.
—Eso es una locura, no pienso hacerlo.
—Venga Friolero, confía en mí. Si lo haces, mañana volveré a Barataria. Te lo prometo.
A Friolero no le gusta demasiado el plan, aunque piensa que si van deprisa nadie tiene porque enterarse.
—De acuerdo y mañana volverás con los demás.
Sarah asiente con la cabeza y se acomoda sobre los grandes hombros del gigante agarrándose al cuello de su camisa para no caerse.
Pronto Sarah tiene la sensación de estar volando, así de veloz es Friolero y en nada llegan a una aldea. Allí les aguarda una sorpresa, esperaban encontrar a casi todo el mundo durmiendo pero hay luces por todas partes y las calles están llenas de personas que cargan con bolsas ¡Parece que todo el mundo se está marchando! Desde una colina que hay al lado de la aldea pueden verlo todo sin ser vistos: No parecen bestias, al contrario son gente como la del pueblo. Tienen aspecto de trabajar en el campo: rostros morenos del sol, manos grandes y fuertes y ropas sencillas. Entre ellos hay niños, la mayoría de los más pequeños están dormidos en brazos de sus madres, otros están llorando en voz bajita, no entienden que ocurre y tienen miedo.
Friolero que tiene un oído muy fino, oye comentarios que se hacen entre ellos:
—Hay que darse prisa.
—Mañana estarán aquí.
—Les acompaña un monstruo.
—Sí, un ogro terrible que nos matará y luego devorará a nuestros hijos.
—Leocadio no tiene corazón, siempre ha querido nuestras tierras. Nada le detendrá.
Friolero repite todo lo que oye a Sarah. Los dos quedan callados. Es verdad que les han engañado ¿Qué van a hacer ahora?
Con mucho cuidado de no ser vistos, vuelven hacia el campamento, ahora Friolero no corre, no tiene muchas ganas de reunirse con los soldados.
Sarah piensa deprisa, tiene que haber una manera de arreglarlo todo. Cuando están llegando al campamento, detiene a su amigo.
—He tenido una idea, todos dicen que eres un monstruo. Sólo los tontos lo creen—, dice deprisa viendo la mirada triste de Friolero. –Y yo creo que Leocadio es un poco tonto. Taimado no, ese me parece muy malo y muy tonto. Tengo un plan, esto es lo que he pensado.
Para cuando acaban de hablar, el sol ya asoma por levante.

El Plan De Sarah
Friolero vuelve al campamento diciendo que ha ido a beber a un río que hay cerca, mientras Sarah se escabulle para preparar el plan que han ideado juntos.
Las tropas están preparando sus armas en silencio, Leocadio les ha dicho que ese día van a luchar. Ellos también creen que los bárbaros son bestias terribles y están preocupados.
Friolero busca a Leocadio y lo encuentra con Taimado. Los dos hablan con cara de estar muy satisfechos.
—Tengo que hablar con vosotros— les dice Friolero muy serio.
—¿Hablar?— pregunta sorprendido el Rey. —Ahora no es momento de hablar, ahora es momento de luchar.
—Por eso precisamente tenemos que hablar. Antes de luchar, hay un par de cosas que debéis saber.
Taimado y el Rey se miran extrañados.
—De acuerdo—, cede al fin Leocadio. —Habla, te escuchamos, confío que serás breve.
—No, aquí nos puede oír cualquiera. Vamos a esos árboles, lo que he de decir es un secreto.
Leocadio y Taimado deciden complacer al gigante, a fin de cuentas les conviene tenerlo contento.
—He estado pensando mucho, casi toda la noche—, empieza Friolero cuando llegan a la arboleda. —Los gigantes dormimos poco—. Friolero se calla y les mira con ojos terribles. —He visto la importancia que tiene un Rey, es alguien muy poderoso.
Leocadio y Taimado dicen que sí con grandes sonrisas, aunque por dentro están inquietos, el gigante les empieza a dar un poco de miedo.
—También he visto que es alguien muy sabio.
Vuelven a decir que sí con la cabeza, las palabras son alabanzas para Leocadio, aunque la expresión de Friolero sigue causándoles inquietud y ya no sonríen tanto.
—Sin embargo, el poder y la sabiduría de un rey están en las personas que le rodean—. Friolero de pronto se pone de pie y su voz es como el trueno. —¡No mereces ser el Rey porque he llegado a la conclusión de que yo debo ser el nuevo rey! Soy más poderoso que muchos hombres juntos y he sido capaz de traerte hasta aquí con tu ministro apartándote de tus soldados, así que también soy más sabio que tú. ¡Prepárate, Leocadio, para ser yo rey, tú debes morir!
Friolero los coge en sus enormes manos y aprieta un poco, lo justo para asustarles ¡No va a matarlos de verdad!
—¡Alto, aguarda un momento!—, chilla Taimado desesperado. —Hay algo que no has tenido en cuenta.
—¿Ah sí? ¿Qué es eso que no he tenido en cuenta?
—La sangre real, los reyes tienen sangre real es por eso que la gente les da el poder y también la sabiduría. Tú no tienes sangre real, la gente jamás te aceptará y te perseguirán hasta matarte. Por grande que seas, no podrías vencerlos a todos.
Durante unos larguísimos minutos, Friolero no dice nada. Al final deja a los dos hombres en el suelo y comienza a coger leña.
—¿Qué haces?— pregunta Leocadio.
—He comprendido que Taimado tiene razón, yo no tengo sangre real.
—En ese caso, te ordeno que nos lleves de vuelta al campamento—. Leocadio lo dice muy tieso y hace ver que está enfadado aunque todavía está aterrorizado. Cuando vuelvan al campamento, hará que sus soldados acaben con el gigante.
—¿Al campamento? No, no haremos eso. Al campamento volveré yo solo y seré el nuevo rey.
—Pero si estabas de acuerdo en que no tienes sangre real y por lo tanto, no puedes ser rey—, protesta Taimado.
—Por eso os devoraré— replica Friolero encendiendo un fuego. —Cuando lo haya hecho, tu sangre será mía, Leocadio, y podré ser rey.
—¿Y a mí? ¿Qué harás conmigo? Yo no tengo sangre real, deja que me marche—, suplica Taimado.
—No, no. A ti también te comeré. Tengo bastante hambre y el Rey es un flacucho.
Los dos hombres se abrazan aterrorizados ¡Van a morir!
Con el fuego ya en marcha, Friolero se inclina con un palo enorme.
—Voy a ataros a este palo, luego os pondré sobre el fuego.
Los dos hombres lloriquean suplicando que no lo haga.
Entonces llega alguien que grita a Friolero: —¿Qué haces en mi bosque? ¿Por qué maltratas así a estas personas?
Es Sarah, que se ha disfrazado con ramas y hojas de los árboles, y está escondida entre los matorrales para que no la vean ni el Rey ni Taimado.
—No las maltrato, sólo me las voy a comer.
—¿A comértelas? ¿Por qué vas a hacer eso?
—Porque necesito la sangre de un rey para ser rey.
—Ya veo, pero ¿por qué te comes al otro?
—Bueno, es que tengo hambre.
—¿Qué decís vosotros a todo esto?
—No queremos que nos devore, nos ha traicionado y ahora va a matarnos.
—¿Traición? Mirad que yo soy el espíritu de este bosque y lo sé todo. Veo engaño en vuestros corazones.
Leocadio y Taimado se miran, no saben qué decir, creen que están perdidos.
—¿Me han engañado espíritu del bosque?—, pregunta Friolero fingiendo sorpresa.
—Que te lo cuenten ellos—, replica Sarah.
Poco a poco y con voces temblorosas, Leocadio y Taimado cuentan a Friolero la verdad: No saben dónde pueden estar sus padres y no es cierto que los bárbaros sean bestias sin corazón.
—No quiero comerme a gente como vosotros, tenéis veneno en lugar de sangre—, dice Friolero. —Más por engañar y hacer la guerra creo que trituraré vuestros huesos.
—¡¡¡Nooooo!!!!—, gritan el Rey y el ministro.
—Pienso que si le juráis que vais a abandonar esta guerra y que jamás daréis un paso por romper la paz, quizás este gigante os perdone la vida—. Sarah se pone de puntillas para verlos mejor, desea que todo salga bien si no estarán metidos en un buen lío.
—¡Lo juramos!—, gritan los dos a la vez.
—¿Sobre qué lo juráis?— les pregunta Sarah. —No nos vale un juramento cualquiera.
Leocadio se pone de pie y lleva su mano derecha sobre su corazón. —Lo juro por la memoria de mi tío: Guillermo el Bravo. Si rompo este juramento, que su espíritu vuelva para pedirme cuentas.
Friolero está conforme porque es un juramento terrible el que ha hecho Leocadio. Ahora se dirige a Taimado. —¿Y tú? ¿Por quién lo juras?
—¿Yo? Pues... no sé.
—Yo respondo por él—, declara Leocadio en tono firme, por fin se nota que de verdad lleva sangre de reyes. —Os doy mi palabra de que cumpliremos con lo prometido.
—Con eso basta—, declara Sarah. —Ahora me marcho y espero que jamás volváis a romper la paz de mi bosque—. Sarah echa a correr para esconderse en el carro de los víveres. Está muy contenta, mañana estará de vuelta con sus amigos y con Friolero sano y salvo.
Leocadio y Taimado ya están volviendo hacia el campamento cuando Friolero les detiene.
—Hay una última cosa— les dice. —Algo más que quiero pediros.
Leocadio escucha a Friolero y asiente con la cabeza, le concederá ese último favor. Luego vuelven todos al campamento.
Los soldados están todos levantados y muy nerviosos porque creen que van a entrar en batalla. El Rey subido a su caballo, les pide silencio con los brazos en alto.
—Soldados, hoy no correrá la sangre. He recibido informes de nuestros espías y a punto hemos estado de cometer un grave error. No es cierto que los bárbaros tengan prisioneros a los padres de nuestro amigo el gigante. Es más, tampoco es cierto que sean bestias sin sentimientos, son personas como nosotros y no desean la guerra. Nos volvemos a Barataria.
Al principio hay un gran silencio tras las palabras de Leocadio, pero luego se oye un rugido de alegría ¡No habrá guerra! ¡Podrán volver con los suyos! Pronto todos aclaman al Rey que está muy pensativo. Ha pasado miedo de verdad y también ha aprendido una lección importante, decide que a partir de entonces intentará ser mejor rey.
Taimado también está pensativo, pero él no quiere ser mejor. Está furioso y promete que en el futuro, se vengará del gigante que ha estropeado sus planes.
En Barataria todos muestran su asombro ante la pronta vuelta de las tropas y al principio cunde el desánimo, creen que los bárbaros les han hecho huir. Sin embargo, la buena nueva no tarda en conocerse: ¡No habrá guerra!
Los niños y Rodrigo abrazan entusiasmados a Friolero y a Sarah. Se quedan boquiabiertos cuando les cuentan lo que ha sucedido de verdad.
—Habéis corrido un gran riesgo, podían haberos matado—, les dice el señor Maestro muy serio.
—Es cierto, pero evitar una guerra es más importante que la vida de un gigante.
Rodrigo no tiene más remedio que estar de acuerdo y felicita tanto a Friolero como a Sarah por su valor e inteligencia.
Cuando ya se marchan de vuelta al pueblo, muchos son los que salen a despedirles y entre ellos están Rogelia y Violeta de Robledo.
—El Rey me ha liberado de mi compromiso y me ha dado permiso para casarme con quien quiera—, les cuenta Violeta. –Tengo la impresión de que vosotros habéis tenido algo que ver en todo esto.
Friolero se ruboriza y aparta la mirada. —No era justo que te tuvieras que casar con quien no amas.
—Siempre tendréis en mí a una amiga y jamás os olvidaré.
Cuando se despiden, Rogelia no puede dejar de llorar a moco tendido. ¡Se ha encariñado mucho con todos ellos! Por fin toman el camino hacia el pueblo. El camino de vuelta es tranquilo, los bandidos no les molestan. ¡No quieren más líos con el gigante!
Cuando ya ven el pueblo a lo lejos, Sarah toma de la mano Friolero y le sonríe.
—Después de todo creo que me gusta llamarte Friolero. Lo único que siento es que no hayamos encontrado a tus padres—, le dice.
—Y a mí me gusta que me llames así, me recuerda el tiempo en que estaba solo y eso me hace valorar vuestra amistad. Mis padres quizás vuelvan algún día y sino, os tengo a vosotros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantan los cuentos. Felicidades
MJ

Anónimo dijo...

Me encantan los cuentos. Felicidades
MJ