sábado, 21 de marzo de 2009

Un Café


Cuando he entrado en el local, la bocanada de humo procedente del fondo me ha envuelto como un sudario. Los cuatro fumadores, colocados en una mesa bajo el televisor antediluviano que jamás he visto encendido, callan levantando la cabeza al oírme entrar. Estoy por dejar la puerta abierta, que se ventile un poco, pero la mirada impaciente del dueño, atrincherado tras la barra, me lleva a cerrarla con resignación.
Buenos días, digo con voz que espero sea muy masculina. La respuesta deshilachada, me llega envuelta en volutas: desde un días gruñido con desgana a una interjección que puede ser un saludo o un que te den. Cuando me acomodo sobre la barra procurando no apoyarme demasiado, no seré yo el que incomode las capas de porquería acumuladas con mimo sobre su superficie, los tertulianos del fondo vuelven a su quehacer perdiendo el interés por mí. El dueño no, él carraspea mientras me observa con los ojos entrecerrados, esquivando la nube tóxica del moribundo pitillo que pende de la comisura de sus labios. Ante él tiene abierto el Marca y noto que le jode profundamente que haya interrumpido su lectura. Un café, gruño, pero dando a entender que tampoco me importa una mierda si me lo pone o no. Y nada de por favor, eso son mariconadas. Tras echarme un nuevo vistazo, yo me he vuelto hacia la puerta con gesto de indiferencia, veo por la comisura del ojo que me está preparando el brebaje al que soy adicto desde hace tantos años. No le quito la vista de encima, rumores hay de que esa carraspera ha depositado más de un regalo en el café de algún cliente distraido. Los de la mesa del fondo siguen refunfuñándose los unos a los otros mientras dan buena cuenta de la primera copa del día, o la segunda, que tampoco les llevo la cuenta.
Mi café llega sostenido por una mano sospechosamente bailona, pero no derrama una gota al depositarla con cautela sobre la barra. Sin mirarle, tampoco quiero provocar, le dejo unas monedas al lado de la taza. Las coge con un carraspeo alarmante, aunque no hay cuidado, ha vuelto la cara y los proyectiles van en otra dirección. Conforme vuelve a su Marca prendiendo un nuevo pitillo, yo echo el azúcar en el café, leo la leyenda del sobre, Aburrirse es besar la muerte, sonrío con indiferencia y me llevo la taza a los labios...
Es magnífico. Increíble, pero cierto. No sé cómo lo hace, a veces me pregunto si tiene que ver con los sedimentos acumulados en interior de la cafetera, pero es de los mejores cafés que he probado. Lo saboreo con deleite y me enciendo un cigarrillo. Tengo que reprimir la sonrisa de satisfacción que amenaza con quebrar el gesto malhumorado que me permitirá volver al día siguiente. Todo sea por un buen café, por empezar el día con ese ritual de hace años y que ahora, por mucho que me intenten convencer, no voy a cambiar por zumos y frutas. Si lo hiciera, estoy casi seguro que los del fondo pondrían precio a mi cabeza.
Cuando termino, escupo un adiós que suena a no pienso volver a este local infecto, pero sé que al día siguiente estaré allí y ellos también lo saben y estoy seguro de que si faltara, me echarían de menos.

11 comentarios:

milagros dijo...

Es cierto que a veces prometemos no volver a un sitio porque consideramos nos han tratado mal, pero si eres adicto a su café, seguro que dejas aparcados tus principios para otro tema, jeje.
Magnífica tu PARRAFADA. A ver si nos deleitas más a menudo con tus líneas.

Anónimo dijo...

Raramente se asocian la calidad y la mugre pero si puede ocurrir que se asocien la mugre y el buen sabor, caso de los restaurants chinos más comunes.

Ardilla Roja dijo...

Que pasada de relato. Tanto humo de tabaco me ha picado en la garganta mientras yo, algo tarde lo reconozco, tomaba mi café con leche de la mañana.

Seguro que no sabía igual. Yo también me lo he preguntado muchas veces.¿Qué tiene el café de los bares? Ahora menos porque la Nespresso es un buen invento, pero aún sabe distinto.
Yo creo que es el ambiente, los cuchicheos de las mesas vecinas, los olores... más que la calidad del café en sí.

A propósito de cafés, no se si leíste una entrada que yo dediqué a uno de ellos. Si te apetece, puedes leerla pinchando AQUI

Un abrazo perezoso de domingo

Enric Herce dijo...

No queda la menor duda de que tienes un talento especial para reflejar el ambiente de los bares... esos lugares tan gratos para conversar. :)

J.E. Alamo dijo...

Los bares son mundos donde hallar de todo. Material para escritores ;-)

Anónimo dijo...

Tu relato, sabroso como el café, me hace pensar dos cosas, que el arte también está en lo cotidiano, y que en un vertedero pueden crecer flores.
M Carmen Guzmán

VERONICA LEONETTI dijo...

Cuanto dan de sí las historias de cafés, bares y demás lugares que están envueltos o poseen algo particular. Tienen atributos propios, inspiran la creación de historias y por supuesto de imágenes. Son espacios entre nosotros y el mundo.

José Miguel Vilar-Bou dijo...

Somos del mismo club.

Manuel Mije dijo...

Genial retrato del ambiente de tasca de las de toda la vida, con sus fijos del solysombra, su camarero gruñón, su perenne mugre... y ese no sé qué que hace que volvamos a pesar de todo. Como has dicho por ahí, mundos propios donde encontrar de todo, siempre que se tengan ojos para verlo, claro...

José Angel Muriel dijo...

Volverás, volverás. Al final estos sitios tienen encanto.

Felisa Moreno dijo...

Oye, escribes muy bien, me ha encantado este relato, si fuera el inicio de una novela, seguiría leyéndola sin dudarlo.
Enhorabuena
Un saludo